¡Bienvenido a Sevilla, Javier!


Querido Javier:

La ciudad en la que hace pocos días has nacido acogió no hace mucho una exposición universal pero pocos de sus habitantes se expresan con comodidad en un idioma extranjero. A pesar de que paisanos tuyos fueron Antonio Machado, Luis Cernuda y Vicente Aleixandre, la institución cultural más añeja del lugar se ocupa principalmente en organizar la cabalgata de los Reyes Magos y el recital literario local que más público congrega es un pregón repleto de ripios de tema repetitivo. No es infrecuente encontrar aquí jóvenes con sobresaliente preparación, pero en la contratación es habitual que la recomendación preceda al mérito; y aunque en esta ciudad viven arquitectos cuyas obras cubren el mapa de Europa y algunos científicos que contribuyen significativamente al avance del conocimiento, la arquitectura más valorada es el remedo costumbrista y su principal universidad, cinco veces centenaria, ocupa un lugar muy secundario en el panorama internacional. De aquí surgió el mito de Carmen, la trabajadora rebelde e independiente que decide su destino, y en ella tienen su sede algunas empresas innovadoras cuyo mercado no conoce fronteras, pero una parte muy importante de su empresariado no tiene más horizonte que el ladrillo y la subvención, y en sus compañías la mujer no sobrepasa un papel menor.

Si aún no te lo han dicho, Javier, has nacido en Sevilla, donde algunos opinan que ese juego de contradicciones es la marca de la casa, consecuencia de nuestro genio hedonista; aquél que se invoca al glosar la épica taurina y deportiva local. Todo quedaría en una suerte de antropología del contraste que contribuye a perpetuar la leyenda romántica de nuestra vistosidad, si no fuera porque el contraste deviene con frecuencia en conflicto. Un ejemplo cotidiano te ayudará a entender a qué conflictos me refiero: la indiferencia de ciudadanos y empresas por el exterior impide la rentabilidad de los vuelos regulares internacionales desde nuestro aeropuerto, originando con ello un severo perjuicio no sólo al turismo local, sino a las pocas empresas sevillanas que sí tienen una clara vocación internacional y cuyos cuadros se ven penalizados en su quehacer diario por vivir precisamente en Sevilla.

Pero Javier, el más claro ejemplo de que el contraste sevillano es seriamente nocivo para nuestra salud ciudadana lo hemos vivido estos días a cuenta precisamente de tu propio nacimiento, un bellísimo acto de solidaridad humana propiciado por la ciencia, con el que se ha conseguido, dentro de la más estricta legalidad constitucional, traerte al mundo libre de una grave enfermedad hereditaria y contribuir a la vez con ello a salvar la vida de tu propio hermano. Ese hecho, que debiera enorgullecernos colectivamente por contar con un equipo profesional, el dirigido por el Dr. Guillermo Antiñolo, capaz de situar a la sanidad pública sevillana en el contexto de las más avanzadas, ha sido denigrado por la jerarquía de la iglesia católica y calificado por asociaciones cercanas a ésta como “manipulación veterinaria” e “instrumentación utilitarista de la vida”. No creas, Javier, que ésta es la opinión mayoritaria de tus paisanos, pero coincidirás conmigo en que es muy grave que la institución social que vertebra directa o indirectamente a una parte considerable del tejido social de la ciudad, aquella que pretende erigir un monumento al más famoso de sus últimos líderes –precisamente en plena avenida de la Constitución– en lugar de felicitarse de este hito local, lo condene con tal carga de radicalismo doctrinal.

Los sevillanos como tú y como yo, Javier, tenemos que elegir entre mantener una escala de valores colectivos anclada en el casticismo y la tradición ultramontana o apostar sin rodeos por las actitudes libres e innovadoras que caracterizan a las ciudades que lideran nuestro tiempo. Algún día tus padres te contarán esta historia de la que fuiste protagonista involuntario. Esperemos que para entonces la evolución social de esta ciudad haya dejado sin sentido la publicación de cartas como ésta.

Bienvenido a Sevilla, Javier.

Nota: este texto, reflejo del debate de la última asamblea de Iniciativa Sevilla Abierta (ISA), fue enviado al Diario de Sevilla para su publicación como artículo de opinión, firmado por Sebastián Chávez en calidad de presidente de ISA. Un extracto del mismo apareció el pasado jueves 30 de octubre, en la sección de cartas al director de dicho diario y firmado sin hacer mención a ISA.

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2 Comments

  1. Carlos
    13 abril, 2009
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    Querido Javier, cuando seas un hombre te sentirás abatido por la enorme carga morl de saber que murieron hermanos tuyos para que tú vivieras.

    Tú trendrás una vida, ellos no.

    Tus padres sólo te querían sano. No hubieras nacido nunca si la aclamada cienca no te hubiera quitado la enfermedad.

    Vive Javier , largavida para que sepas devolver con generosidad la vida que tus hermanos muertos dieron por ti.

  2. Anónimo
    19 abril, 2009
    Responder

    El único hermano que tiene Javier es el que salvó la vida gracias a él. Denominar hermanos a embriones en estadío de blastocistos (menos de 100 células sin diferenciación alguna) antes de ser implantados en una madre es igual de riguroso que hacerlo con cualquier trocito de piel que se desprenda de nuestro organismo. La ciencia puede también hoy en día generar un nuevo organismo a partir de éstas. En ambos casos, para que de ese grupo de células se desarrolle una persona, ha de seguirse un protocolo científico elaborado e implantarlo en el útero de una madre.
    La concepción que subyace en el comentario anterior es propia de personas cuyo integrismo les lleva a la más dura inhumanidad: considerar semejante el sufrimiento de un niño con una enfermedad que le condena a una muerte cruel y el de 100 células indiferenciadas conservadas en un congelador. Pero en aras de su ceguera integrista nada les importa: tampoco echar públicamente sobre la conciencia de Javier, desde su nacimiento, una pretendida «enorme carga moral».

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