Entrevista con el sociólogo Enrique Martín Criado, autor del ensayo «La escuela sin funciones»


En su sección de «Entrevistas impertinentes» en El Mundo Andalucía, el periodista Carlos Mármol entrevista al sociólogo Enrique Martín Criado, que ha publicado el ensayo «La escuela sin funciones«, disponible para consulta en este enlace en la web de la Universidad Pablo de Olavide. El contenido de esta entrevista nos puede suscitar reflexiones de interés con vistas al próximo ciclo de Iniciativa Sevilla Abierta sobre educación. La reproducimos aquí:

Madrileño. Su padre es mecánico; su madre, ama de casa. Fue el primero en su familia con estudios superiores. De pequeño quería ser escritor social y de denuncia, a la manera de Galdós y Baroja. Vino a Andalucía por trabajo: siete años en Granada como profesor de Sociología de la Educación; después, traslado a Sevilla. Ha investigado sobre la juventud y escrito La escuela sin funciones, un ensayo que analiza el sistema educativo. Quedamos en el campus de la UPO. Interior tarde.

PREGUNTA.– ¿Qué le ha enseñado la Sociología?
RESPUESTA.– A ser tolerante. A comprender a las personas como resultado de las relaciones sociales, en vez de juzgarlas continuamente.

P.– ¿Qué es La escuela sin funciones?
R.– Un libro donde discuto que la escuela tenga una función. Esta idea forma parte del discurso político que la considera una institución social. La teoría de las clases cultivadas es que nos hace mejores y elimina la superstición de la gente.

P.– ¿No es así?
R.– Existe una teoría funcionalista que defiende que la escuela sirve para el progreso social y una teoría crítica que piensa que está al servicio del poder. Yo creo que no puede explicarse por ninguna de ambas funciones. Es una organización influenciada por grupos sociales distintos. No podemos explicar su situación ni por las clases dominantes ni por su función social, sino por cuál ha sido su historia. Se dice que sirve para formar a la gente. Y lo hace, aunque de manera ineficaz. Howard Becker, un sociólogo americano, dice: «¿Cómo es posible que la gente aprenda tan poco en 15 años?». Si vives de ella, tienes que decir que es buena. La escuela es una máquina de clasificación. Te pone notas, en teoría, según tu capacidad. Pero la capacidad de las personas depende de las relaciones sociales a las que están sometidas.

P.– La pedagogía es un idealismo que dura los cinco primeros minutos de clase.
R.– También está extendida la idea contraria: que funciona mal. Lo dicen quienes venden las hipotéticas soluciones, como la educación privada. El discurso de la escuela ideal no se cumplirá nunca porque el cielo no está en la tierra. Se le piden misiones imposibles, como resolver el paro o formar ciudadanos perfectos, que no dependen sólo de la escuela. Además, la escuela es una organización con dinámicas propias difíciles de cambiar.

P.– ¿Por eso los informes de evaluación nos deparan tantas frustraciones?
R.– Nuestro sistema educativo, para lo que es la sociedad real, no funciona mal. Las encuestas PISA señalan que estamos un poco por debajo de la media. El factor que más influye en el rendimiento escolar es el nivel de escolarización de los padres. Si ves los datos según este criterio verás que en España los alumnos de padres con menos estudios están por encima de la media y los hijos cuyos padres tienen más un poco peor.

P.– Los padres con menos formación tienen menos recursos para ayudar a sus hijos.
R.– Si los padres tienen que pagar clases de apoyo es que algo falla. No podemos tener una escuela-Ikea, donde te mandan al niño con las instrucciones. Un sistema que confía sólo en los deberes es una educación self-service. No corrige las diferencias de clase.

P.– ¿Los títulos sirven para algo?
R.– No sirven como antes, pero tienen valor, sobre todo mientras menos gente los tenga. Un título es un billete que se ha devaluado, pero aún permite comprar cosas.

P.– Hay quien piensa que la educación no puede ser igualitaria. No todos nos esforzamos igual.
R.– Los mejores índices escolares los tienen los países más igualitarios. Si pones las mismas bases para todos, el rendimiento sube, no perjudicas a os que sacan mejores notas y beneficias a los peores. A quien daña la segregación escolar es al sistema público. Una escuela privada en un barrio cambia el clima escolar del centro público y repercute, sistemáticamente, en la gente con menos recursos. Si a la escuela pública sólo van los chicos con peores notas, los padres de los que van medio bien intentarán sacarlos. La rentabilidad de un título, además, es distinta en función de la situación social. No es igual tener una carrera y que tu padre sea ejecutivo a que sea el portero de la empresa.

P.– Lo que es universal es que todas las clases sociales intenten colocar a su hijos por serlo, no por sus méritos.
R.– Ocurre en muchas sociedades: el empleo se consigue por los contactos.

P.– ¿Existe más movilidad social que antes?
R.– Ascender en la escala social no depende sólo ni principalmente de la formación. Depende de los puestos disponibles. Los hijos de campesinos pudieron ser oficinistas en los 60 porque había actividad económica.

P.– ¿La educación es un ascensor social?
R.– No. Depende de las circunstancias. Y de los puestos disponibles para un grupo pequeño de la población durante un determinado tiempo. Un país donde se llega a los puestos por el nivel escolar es más justo que otro donde se heredan o se compran, pero eso no significa que haya igualdad de oportunidades. Para que existiera, las condiciones de partida deberían ser las mismas. Las capacidades individuales dependen de la situación social. Hasta el esfuerzo es un hábito aprendido.

P.– Una sociedad burocrática siempre es más justa, salvo excesos, que una tribal.
R.– Mis alumnos lo ven terrible, pero yo les digo que ser un número puede ser maravilloso. Si no lo eres, eres el hijo de. No existe la sociedad burocrática ideal, pero la igualdad formal, a falta de la real, es un gran invento.

P.– ¿Se ha perdido la cultura del esfuerzo?
R.– Los datos dicen lo contrario. La escuela es más exigente y en España se suspende más que en muchos otros países. El discurso de la falta de esfuerzo sitúa la responsabilidad de la desigualdad en los individuos, no en el sistema. Es muy cómodo porque no cuestiona la política educativa. La matriz de todos los mitos que aspiran a perpetuar los privilegios es una supuesta diferencia de naturaleza.

P.– ¿La formación es la solución para reducir el paro entre los jóvenes?
R.– Ese es el discurso hegemónico, pero los políticos no quieren oír que no es cierto. Es más cómodo decirle a la gente en paro que no está formada. Aceptar otra cosa obligaría a hacer políticas económicas que afectarían a determinados intereses. Es mucho más fácil darle cursillos a todo el mundo.

En la imagen, Enrique Martín Criado impartiendo una conferencia en la Universidad Pública de Navarra.

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