Para Daniel Villar, experto en innovación educativa, los estudiantes pueden y deben internacionalizarse en su ciudad


El socio de Iniciativa Sevilla Abierta Juan Luis Pavón entrevista en El Correo de Andalucía a Daniel Villar Onrubia, un joven y a la vez veterano investigador de los nuevos procesos de comunicación, educación y relación.

Albergamos esta entrevista en la sección de documentación para nuestro nuevo ciclo sobre educación ya que lo que hace y lo que dice Villar Onrubia interesa a personas de todas las edades: La Educación en tiempos de profunda interacción (positiva y negativa) entre Sociedad y Tecnología.

Con voz propia y con criterios interesantes, y nada fetichistas, sobre qué es lo importante realmente en el uso de la Tecnología para la Educación, tras su brillante paso por la Universidad de Oxford ahora está contratado por la Universidad de Coventry, también en el Reino Unido, para coordinar un programa de movilidad virtual internacional que ha sido premiado a nivel europeo. Su objetivo: que en todas las carreras, grupos de alumnos realicen trabajos prácticos en sus asignaturas interactuando a través de internet, redes sociales y videoconferencia con estudiantes de universidades de otros países y continentes.

«Los estudiantes también pueden y deben internacionalizarse en su ciudad»

Coordinador del Programa de Movilidad Virtual Internacional en la Universidad de Coventry. Nació en la sevillana barriada de San Diego, se consagró en Oxford como experto en la interacción sociedad-tecnología y está en primera línea de la innovación educativa

El concepto de aldea global es cosa cierta en la agenda electrónica de este sevillano de 34 años que trabaja en la Universidad de Coventry (Reino Unido) tras brillar como investigador en la de Oxford. Del 13 al 15 de enero va a participar en Roma en la coordinación entre universidades europeas y de Marruecos, Egipto, Jordania y Palestina para el desarrollo de prácticas educativas abiertas en la etapa de enseñanza superior. Labor que ya está haciendo desde Coventry con docentes y alumnos de universidades de los cinco continentes, China inclusive.

Daniel Villar Onrubia nació en la barriada de San Diego y vivió allí hasta los 11 años, cuando la familia se mudó a Sevilla Este, donde sigue residiendo. Hijo único, su padre es delineante, su madre trabaja en el despacho de sus tíos, ambos procuradores. Daniel comenzó a estudiar en el Colegio Hermanos Machado, después pasó al Aeropuerto III, rebautizado como Colegio Isbilya. La Secundaria la inició en el Instituto Valle Inclán y de ahí pasó al Instituto Martínez Montañés para hacer el Bachillerato Internacional. Hizo la carrera de Comunicación Audiovisual en la Universidad de Sevilla. Se especializó en la ebullición de la cultura digital y los nuevos procesos de creación y comunicación, participando en el equipo impulsor de Zemos98 y su festival en Sevilla. Trabajó después varios años desde la UNIA (Universidad Internacional de Andalucía) en el desarrollo de pensamiento e innovación sobre las prácticas digitales y los contenidos digitales, en pleno ‘boom’ de las redes sociales.

¿Cómo encauzó su salto al Reino Unido? Ya no quería demorar más irme al extranjero para adquirir experiencia y formación internacional haciendo los estudios de doctorado y la investigación para una tesis. Y me planteé que el lugar ideal para esa tarea era el Oxford Internet Institute. Un centro completamente interdisciplinar, en el que científicos sociales de muy diferentes disciplinas (politólogos, sociólogos, antropólogos, ciencias de la educación, ciencias de la computación,…) nos centramos y complementamos en tratar de entender cómo la gente utiliza la tecnología, cómo se transforman las prácticas culturales y las formas en las que nos relacionamos.

Es muy difícil ser admitido en Oxford. ¿Cómo lo logró? Envié mi solicitud a un departamento donde solo suelen admitir entre tres y seis personas al año, justificando qué quería investigar y por qué hacerlo con ellos. Y concertaron hacerme una larga entrevista telefónica, llamándome a mi casa en Sevilla. Fue un 7 de enero, a hora muy temprana. Fue una experiencia intensa, hablar en inglés durante hora y media con tres personas que están al otro lado del teléfono y a las que no conoces previamente. Sobre todo me preguntaron por los temas de mi propuesta, qué metodologías quería emplear, etc. A los dos días, me enviaron un correo electrónico con su oferta, porque en Oxford a ser elegido no le llaman admisión, sino ofrecimiento.

¿Tuvo becas para formar parte de ese ámbito de excelencia? En Oxford estuve cuatro años y medio. Una experiencia fantástica. Para parte del periodo de doctorado pude contar con una beca Talentia, de la Junta de Andalucía. Además, para cubrir todos los gastos trabajé como asistente de investigación en el departamento. Después, la propia Universidad de Oxford me concedió una beca del Banco Santander (también muy vinculado a las universidades británicas) para el periodo de realización de la tesis, que compaginé con un proyecto europeo sobre buenas prácticas educativas abiertas entre 60 universidades europeas y latinoamericanas.

¿Qué aporta su tesis? Es un estudio sociotécnico, en universidades españolas, de la producción de recursos educativos abiertos y en contexto, lo que se llama en inglés Open Courseware. Analiza cómo se había implementado este modelo, creado inicialmente en Estados Unidos desde el Massachusetts Institute of Technology (MIT). Y analizar no tanto los recursos técnicos en sí, sino las prácticas educativas abiertas a partir de esos recursos. Lo más interesante no es la tecnología entendida como objeto, sino lo que hacemos con ella, cómo se incorpora a la docencia y al aprendizaje.

¿Las herramientas tecnológicas se han convertido en una realidad más importante que las actividades que es posible hacer con ellas? Se peca mucho de depositar unas esperanzas en la tecnología que realmente nunca va a satisfacer, porque una tecnología en sí misma no tiene la capacidad de transformar. Puede ser un elemento más de un entramado social, lo que nosotros llamamos sociotécnico. Después va a tener que contextualizarse y estar en manos de personas que van a hacer uso o no de lo que propicia. En el ámbito de la educación, en muchas ocasiones se tiende a pensar que introduciendo una nueva tecnología va a resolver todos los problemas. En muchos casos, generan nuevos problemas que no se habían pensado. Es importante todo lo que las Ciencias Sociales tienen que aportar al ámbito de la tecnología y cómo sacarle el máximo partido a las oportunidades que te puedan ofrecer mediante prácticas de enseñanza, aprendizaje y comunicación.

¿Experiencias de educación abierta que recomiende tener en cuenta? Lo que se está haciendo en Uruguay desde Ceibal, con la dirección del chileno Cristóbal Cobo, gran investigador de los procesos educativos, con el que colaboré en Oxford. Se han centrado sobre todo en Primaria y Secundaria, y han puesto en cuestión que darle un ordenador portátil a cada niño iba a transformar el aprendizaje por sí solo. Han sabido convertir eso en una oportunidad para rediseñar el modelo de enseñanza y la metodología.

¿Para qué le contrató la Universidad de Coventry? En julio de 2014, justo cuando había entregado mi tesis en Oxford, vi su oferta de trabajo para gestionar un proyecto de enseñanza y movilidad virtual internacional. El objetivo principal es ofrecer al mayor número posible de estudiantes una experiencia internacional, también sin salir de su ciudad. Tradicionalmente, la internacionalización se ha equiparado a la movilidad, que está muy bien, pero sabemos que solo un porcentaje muy escaso de los estudiantes va a tener acceso a esa movilidad, ya sea por razones presupuestarias o de otro tipo. En 2015, hemos logrado impulsar 60 proyectos de colaboración educativa e interacción digital con estudiantes y universidades en otros países, en los que han participado 2.000 universitarios de Coventry, además de los que se benefician en las que colaboran. Este programa de movilidad virtual ha recibido el Premio a la Innovación que otorga la Asociación Europea de Educación Internacional.

¿Qué logran en esa interacción? El desarrollo de competencias comunicativas interculturales, y competencias digitales fundamentalmente orientadas al teletrabajo. Los estudiantes, a través de proyectos que se insertan dentro de sus asignaturas, ponen en práctica aprender a trabajar, y aprender a negociar, con personas de lugares y culturas muy diferentes. Es bastante probable que en sus vidas profesionales vayan a tener que verse en este tipo de situaciones.

Cite ejemplos de esas colaboraciones en red. Una es con la Universidad de Sevilla y la de Mármara (Turquía). Es un proyecto en Psicología que se centra en analizar si es beneficioso o no etiquetar a los niños con necesidades educativas especiales. Los estudiantes de las tres universidades tenían que revisar artículos científicos sobre la materia y organizarse en foros digitales para dividirse en grupos y argumentar una postura u otra. Por citar otro ejemplo: un proyecto en Música con la Universidad de Nueva York y la de Stellenbosch (Suráfrica). El objetivo es que todos los grados de la Universidad de Coventry incluyan prácticas de movilidad virtual. Y también formamos a docentes de todos los departamentos de la de Coventry para ayudarles a internacionalizar su docencia.

De la interacción, presencial y a distancia, con muchos profesores y estudiantes de tan diversos países, ¿qué está aprendiendo mas? Aprender a poner en práctica en el día a día cómo ayudar a los estudiantes y a los profesores. En el ámbito de las comunicaciones interculturales es apasionante y, al mismo tiempo, complejo, porque implica la capacidad de ponerse en el lugar del otro. No es tanto el conocimiento de culturas específicas sino el desarrollo de sensibilidades, aptitudes, competencias, habilidades, que te permitan comunicarte de manera apropiada y eficiente en contextos interculturales. Establecer un diálogo intercultural implica cuestionar muchas cosas, empezando sobre los hábitos de tu propia cultura. Hasta que no la empiezas a contrastar con otras formas de entender y de vivir la vida, te parece algo natural, cuando la cultura es algo construido artificialmente. La experiencia es muy positiva no solo por la cooperación con personas de otras universidades de otros países, sino porque la propia vida interna de una universidad en el Reino Unido es muy internacional: el 30% del profesorado procede de otros países. Esa enriquecedora diversidad falta, y mucho, en las españolas.

También le han contratado en la Universidad de Coventry para intervenir en un programa de innovación pedagógica. Sí, en un formato de espacio colaborativo donde realizar experiencias y analizarlas. Lo crearon en la tercera planta de la biblioteca central, la llaman ‘La Colina’, todo en madera, y tanto los profesores como los estudiantes pueden sentarse en esa ‘colina’, trabajar con sus portátiles, improvisar acciones, etc. Interesa mucho favorecer la colaboración interdisciplinar entre profesores de distintas facultades. El proyecto incluye una especie de anfiteatro, con capacidad para unas 50 personas, le llaman ‘The Grass’ porque está cubierto de césped artificial. Para algunas actividades más informales y polivalentes funciona mejor que un aula tradicional. Los profesores proponen las actividades y nosotros les damos apoyo, que puede consistir en financiación, tecnología, asesoramiento,… Y algo muy importante: hemos conformado un grupo de investigadores para evaluar esas experiencias pedagógicas. Porque en el ámbito de la innovación muchas veces no se sacan conclusiones sobre los resultados. Y ese análisis va ayudando a conformar el desarrollo de los siguientes proyectos, que también son propuestos por los estudiantes para mejorar su aprendizaje.

¿Cómo se están planteando en el Reino Unido reinventar la formación de los docentes? Hay una institución crucial en ese tema: la Higher Education Academy, que acaba de conceder a la de Coventry el premio a la Universidad británica más destacada en el 2015. Desarrolla el marco profesional del docente. Con un gran acierto: articular las metodologías pedagógicas contando con la perspectiva de los expertos en cada área del conocimiento. Es decir: para concretar cómo enseñar y aprender Física, no solo intervienen los investigadores puros en Ciencias de la Educación, sino los docentes de Física que han desarrollado investigaciones sobre cómo explicarla y aprenderla.

La enorme cantidad de recursos educativos de gran calidad, sobre cualquier temática, que ya tenemos al alcance de la mano en internet, ¿está propiciando que los desfavorecidos aprovechen esa oportunidad para equipararse en conocimientos y capacidades? Si nos fijamos en quiénes son mayoritariamente los que se están beneficiando de fenómenos como los cursos ‘mooc’ por internet, no suelen personas que estaban excluidas del sistema educativo, sino las que ya tienen una carrera, y los utilizan para perfeccionar su formación. Se ha dicho de esos cursos que son la panacea a la hora de democratizar el aprendizaje, pero antes hay mucho que hacer para que la gente excluida le pueda sacar partido y ser sus principales usuarios. Hay que aprender a aprender, y la escuela sigue siendo todavía el lugar más apropiado para eso, a pesar de las deficiencias que pueda haber.

En Andalucía, el reparto de portátiles a escolares no ha reducido el diferencial en nivel educativo que nos separa de otras regiones españolas y europeas. Desde hace décadas hay investigaciones que indican cómo la inversión en tecnología no garantiza una mejora en el aprendizaje. Por ejemplo, Larry Cuban, profesor emérito de Stanford, publicó en 2001 un libro sobre la incorporación de ordenadores a las aulas, y demostró que a la vez estaban sobrevalorados e infrautilizados. En muchos casos, intereses políticos y comerciales han influido en decisiones que debían basarse en criterios de docentes y expertos en aprendizaje. Resultado: la inversión no cambia lo que se hace. Es mucho más interesante invertir en recursos en formación para los docentes, en ayudarles a repensar cómo en el contexto actual se pueden redefinir los procesos de enseñanza y aprendizaje.

Ponga un ejemplo. Hemos pasado de un contexto de escasez de información a otro de abundancia. Metodologías como la clase magistral estaban inspiradas directamente en ese contexto de escasez, en el que una persona que tiene el conocimiento lo transmite unidireccionalmente. Era la manera más eficiente. Ahora ese conocimiento es accesible por las personas que están aprendiendo, y el tiempo en clase se podría aprovechar mejor de otro modo: estableciendo colaboraciones, experimentando cómo se han interpretado esos contenidos fuera del aula. Sobre todo, hay que romper la resistencia al cambio, que muchas veces induce a no continuar, a no aprender…

¿Hay que ser joven nacido en la era digital para superar esa barrera? El concepto de ‘nativo digital’ es uno de los mitos que pongo en cuestión. Se asume como una realidad incuestionable cuando es una simplificación errónea, como han demostrado investigadores en los últimos años. Reducir a una sola variable (la edad) la capacidad para el manejo de la tecnología digital es un criterio que ha hecho mucho daño. Muchos docentes tienen miedo porque piensan que sus estudiantes son más resolutivos con la tecnología que ellos. Pero cuando se ponderan otras cuestiones, como formarse un pensamiento crítico o la capacidad para discriminar entre fuentes de información creíbles o fuentes de información de dudosa credibilidad, el estudiante tiene mucho que aprender. Y hay adultos que se sienten muy cómodos con el manejo de la tecnología, lo pueden hacer como las personas más jóvenes.

¿Otros mitos de la era digital que usted pone en cuestión? El de la tecnología disruptiva. Me gusta más lo que emana del concepto innovación. El discurso ideológico de la disrupción proviene de un ámbito como Silicon Valley en el que hay muchos intereses económicos. Intentan presentar un panorama de rupturas en los modelos de producción y educación mediante la creación de nuevas tecnologías, y el siguiente paso que proponen es adquirir una tecnología concreta.

¿Hay que normalizar ya la inclusión de las redes sociales en los llamados campus virtuales? Ya hay profesores universitarios que utilizan Facebook o WhatsApp como una herramienta y plataforma más para el aprendizaje. Hasta ahora se usan más fuera del contexto institucional, para la coordinación y realización de trabajos y vídeos. Además, existe Learnium, una red social orientada al aprendizaje, con la participación de muchas universidades. Aún estamos en puertas de que esos recursos tecnológicos completen para fines educativos lo que se llama la domesticación de la tecnología: en la continua interacción entre sociedad y tecnología, es usual que lo que se diseñó con una finalidad evoluciona hasta servir para otras cuestiones porque las personas se apropian de su potencial y lo aplican. Lo bueno es que ningún alumno se limite a una sola de esas redes y herramientas, porque en su vida profesional habrá de manejarse en muchas, y desde el principio debe desarrollar la capacidad de adaptarse con flexibilidad y rapidez a nuevos entornos y formatos.

Un consejo a los estudiantes sevillanos. A los universitarios, que aprovechen las oportunidades internacionales que tengan a mano. Y no me refiero solo a estudiar fuera como Erasmus. Además hay opciones que no implican siquiera viajar, me refiero a la internacionalización en casa y en su propia ciudad: interactuar con estudiantes que acuden desde otros países a Sevilla. Romper barreras, relacionarse y establecer relaciones de amistad y colaboración con universitarios extranjeros en Sevilla. Te abre nuevas perspectivas, te permite formar parte de redes a las que de otro modo sería complicado acceder y participar.

Y a los docentes, ¿qué les recomienda? Que traten de repensar las metodologías y cómo sacarle el máximo partido a las nuevas formas de enfocar la enseñanza y el aprendizaje en el contexto de la sociedad digital o la sociedad-red. Y, sobre todo, que hagan investigación sobre lo que están haciendo y experimentando, que adopten una mirada reflexiva sobre sus propias prácticas cómo docentes, y aprendan de los errores y de los aciertos. Y, a partir de ahí, que enfoquen más la docencia como una tarea colaborativa con otros compañeros, y no como una labor individual, a solas.

¿Y a las autoridades políticas? Que inviertan más en ciencia y en educación. Pero, sobre todo, que lo hagan inteligentemente. No es solo cuestión de dinero. En muchas ocasiones veo que se diseñan y deciden estrategias que llegan al ámbito educativo como un ovni, así es muy complicado que funcionen. La visión estratégica ha de incorporar e implicar a los docentes, quienes realmente van a ser responsables de convertirla en realidad en la primera línea de acción. Deben tener la opción de expresarse y de influir previamente en esa estrategia. Y hay que contar con la comunidad científica para diseñar, implementar y evaluar políticas educativas y programas educativos.

Arriba en la imagen, Daniel Villar en la exposición ‘Memoria’, sobre cerebro y aprendizaje, en la Casa de la Ciencia. Foto: Manuel Gómez para El Correo de Andalucía.

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