ANTONIO MACHADO Y NÚÑEZ


En relación con la sesión de Personajes Sevillanos Ilustres y Olvidados os mando una semblaza de la figura de Antonio Machado y Núñez, sobre el que preparamos la Exposición Darwin en Sevilla en febrero para conmemorar el aniversario del nacimiento de Darwin.
Os adjunto igualmente el enlace de la exposición y las fotos que ISA realizó a la misma.

DARWIN EN SEVILLA: ANTONIO MACHADO Y NÚÑEZ.

La Teoría de la Evolución tuvo un gran impacto en la sociedad de mediados del siglo XIX, pues en esencia ofrecía un nuevo planteamiento de la realidad, mediante el cual el concepto del cambio y de evolución se asentará como la verdad suprema del siglo, no sólo para las Ciencias Naturales, sino también para las Sociales.
Lo importante de On The Origen of Species* consistía en que: “más que un tratado científico, era un gran libro, precisamente por los temas tan diversos que en él se unían y se expresaban. Hacía patente y expresable lo que muchas gentes, desde los científicos hasta los políticos, habían sentido oscuramente que era verdad, aunque sin ser capaces de exponerlo con palabras» (Harris, 1985: 100).
Sus bases científicas chocaban frontalmente con los fundamentos de la religión y por ello fue duramente combatido en toda Europa. Los ataques revistieron especial virulencia en la sociedad española de la época, donde el poder de la Iglesia era casi indiscutible. En el contexto de la fuerte división ideológica que presentaba la España de finales del XIX, esta teoría se convirtió en referente de enfrentamientos más profundos: liberales frente a conservadores y reformadores frente a tradicionalistas. Cualquier momento o cualquier tribuna eran buenos para dejar clara la postura de cada quién, en una controversia donde no cabían posturas intermedias, o se estaba fervientemente a favor o en contra.
Lo peor, no fue sólo el plano acientífico en que se desarrolló la polémica, sino el que se hiciera, las más de las veces, con el desconocimiento directo de las obras de Darwin, pues On The Origen of Species, no se tradujo hasta 1877, lo que suponía un retraso de 18 años respecto a su publicación en Inglaterra, y otros tantos con respecto a su traducción a otros países europeos.

Los darwinistas andaluces
Hasta esos momentos, sólo un muy reducido número de científicos españoles podían hablar con verdadera autoridad de las teorías darwinistas. Entre ellos destacaban las figuras de Augusto González de Linares, en Galicia; Juan Vilanova y Piera en Cataluña; pero, sobre todo, el importante grupo de evolucionistas andaluces, cuyos referentes fueron Rafael García Álvarez, catedrático de enseñanza Secundaria de Granada y especialmente Antonio Machado y Núñez, catedrático de la Universidad de Sevilla desde 1846.
Muy probablemente los primeros ecos de la teoría de Darwin llegaron a Machado a través de sus estrechas relaciones con los centros de investigación europeos, especialmente con Francia y Alemania, que fueron los dos focos desde los que se expandió el darwinismo en España. La influencia de la obra del geólogo Lyell fue determinante en este sentido. De hecho, en 1860 la Revista de los Progresos de las Ciencias, órgano de expresión de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Madrid, publicó la traducción de un artículo de Charles Lyell donde éste citaba la edición del trabajo de Darwin sobre el origen de las especies. (F. Pelayo: 2009).
Antonio Machado y Núñez había nacido en 1815 en Cádiz, ciudad donde había cursado medicina en su prestigioso Colegio de Cirugía. Un corto viaje familiar lo llevaría hasta Guatemala, cuyo entorno despertaría su interés por las Ciencias Naturales, y lo impulsaría a completar su formación en Europa, visitando Bélgica, Alemania, y sobre todo Francia, en cuya universidad de La Sorbona y bajo la dirección de los más influyentes científicos del momento, completará sus estudios de Botánica e Historia Natural. A su regreso ocupará en 1946 la cátedra de Zoología y Mineralogía de la Universidad de Sevilla. A partir de esos momentos tendrá un papel destacado en la vida universitaria sevillana, y será precisamente en torno a 1860, cuando comience a explicar a sus alumnos la teoría de Darwin (M. Méndez Bejarano: 1927; D. Núñez: 1977), es decir a tan sólo un año de la publicación de la obra en inglés y muchos años antes de su traducción definitiva al castellano.
Machado y Núñez formaba parte de una élite de intelectuales conectados con las vanguardias europeas, que descollaban sobre la medianía de una universidad española anclada en especulaciones escolásticas, fuertemente apoyadas desde el decadente gobierno de Isabel II, que había condenado con la expulsiones de sus cátedras a quien se apartaba de la ortodoxia reinante. Tal había sucedido con la otra teoría renovadora del momento: el Krausismo, alentado por el filosofo Julián Sanz del Río, muchos de cuyos seguidores habían sufrido su expulsión de la universidad en 1867.

La revolución del 68 como contexto.
El ambiente de libertad y de profunda renovación social que marcaría el estallido de la Revolución de 1868, no por causalidad conocida popularmente como la Gloriosa, será fundamental para explicar la expansión del evolucionismo en España, y desde luego la labor de este grupo de intelectuales, que acogiéndose al nuevo Decreto de Libertad de Enseñanza, van a poder llevar a cabo su labor de renovación de la enseñanza, apostando por el empirismo y el método experimental como base del conocimiento científico.
Éste había sido precisamente el espíritu con que Machado fundó en la Universidad de Sevilla en 1850 el Gabinete de Historia Natural, que convertiría en el centro de sus investigaciones y de la del nutrido grupo de colaboradores que generó en su entorno. Un Gabinete que respondía a la concepción decimonónica de la Historia Natural, compuesto de distintas colecciones de Minerales, Fósiles, materiales Prehistóricos y Herbarios. Su creación constituye el mejor ejemplo del nuevo espíritu de experimentación impulsado por este grupo, y del compromiso académico y social que mantuvieron de por vida.
Fue este compromiso el que llevaría a Machado y Núñez a ocupar el puesto de rector de la Universidad de Sevilla en 1868-1870 y en 1872-1874. A partir de este momento y con la estrecha colaboración de Federico de Castro, catedrático de Metafísica y reconocido krausista, por entonces decano de la Facultad de Letras, diseñaron el ambicioso proyecto de modernización y renovación de la política educativa e investigadora que la Universidad Hispalense. Este proyecto que perduró durante el sexenio revolucionario (1868-1873) se concretaría en la creación de nuevas carreras profesionales, en la introducción de clases prácticas entre los alumnos, en la fundación de distintos laboratorios de ciencias o en la dotación de la Biblioteca de Filosofía y Letras.
Fueron, además de profesionales comprometidos con la política universitaria, activos participantes en la política general de su país, lo que llevaría a Antonio Machado y Núñez, desde su militancia en el Partido de Izquierda Liberal, a ocupar, durante el período de la Revolución, los cargos de alcalde de Sevilla en 1868 y de gobernador civil de la provincia en 1870.

Expansión de la Teoría Evolucionista y la investigación científica.
El nuevo ambiente de Libertad de Prensa propiciado durante todo el sexenio revolucionario fue fundamental para la primera expansión de esta teoría, y ello gracias al nuevo impulso de publicaciones científicas. Uno de los mejores exponentes de cuanto decimos fue la Revista Mensual de Filosofía, Literatura y Ciencias de Sevilla (1869-1874), fundada por Antonio Machado y Núñez y Federico de Castro.
La revista constituyó uno de los baluartes del pensamiento científico y progresista en España, y desde luego en el centro de la labor de investigación y de difusión de la teoría de Darwin, a ella obedece los distintos artículos publicados bajo los títulos «Apuntes sobre la Teoría de Darwin» (Revista Mensual, 1871, III: 461-470), «Darwinismo» (Revista Mensual, 1872, IV: 523-528), y «Teoría de Darwin: Combate por la existencia» (Revista Mensual, 1872: IV, 3-8)*.
Su profundo conocimiento de la Teoría de Darwin tendió a divulgar unos principios de los que muchos opinaban y pocos conocían. Unos principios para los que Machado y Núñez incesantemente reclamó la primacía de la ciencia, único medio para reconstruir el origen y la evolución de la humanidad, desechando cualquier argumentación de la fe:

“Nosotros negamos la intervención sobrenatural de la manera que algunos místicos la presentan: sería absurdo admitirla aun para aquellos hechos de que no podemos dar una explicación plausible, pues la ignorancia de las causas productoras de un fenómeno de ninguna manera debe destruir nuestra razón, que nos dice, está todo sujeto a las leyes más o menos conocidas: a la ciencia pertenece descubrirlas por medio de la observación y la experiencia, y mientras tanto, no deben aceptarse puerilidades inconvenientes”. (A. Machado y Núñez, “Darwinismo”. Revista Mensual, 1872, IV: 523).

No cabe duda que eran afirmaciones características de los nuevos científicos del XIX, orgullosos de mostrarles a las generaciones futuras a explicar el mundo circundante con leyes científicas, racionales, comprobables y deducibles, en base a unos métodos experimentales y principios positivistas, que, replanteando los viejos conceptos, obligaron a elaborar nuevas teorías. El mundo de la ciencia nunca fue ya igual a partir de entonces. Esa fue la principal aportación de nuestros antecesores.
Combinaría Machado y Núñez los trabajos de tipo divulgativo, con los del resultado de sus propias investigaciones en los campos de la Historia Natural, Geología, Paleontología y Prehistoria, fruto de sus excavaciones y excursiones de reconocimiento científico por Andalucía, de ahí sus escritos: «De la Cueva de la Mujer en Alhama» (Revista Mensual, 1871, III: 315-319); 1871d. «Ligera reseña geológica de la Provincia de Huelva”. (Ibidem: 249-262). «Trabajos de Arte y Despojos Humanos hallados en las cavernas de Gibraltar» (Ibidem, 1969, I: 368-372) y «Excursión geológica a Morón y Conil» (Ibidem: 8-9).
Su inicial preocupación por el estudio de su entorno, y su preocupación por su desarrollo, le hará centrar cada vez más sus investigaciones en el marco andaluz. Ya había realizado al inicio de su carrera profesional diversos catálogos de animales de las provincias andaluzas, pero será ahora a partir de 1869 cuando escriba uno de sus trabajos cumbres en este tema, como fue el «Cathalogus Methodicus Mammalium»*.
Como su expresivo nombre indica se trata, de una clasificación de los mamíferos andaluces, comenzando con la descripción de las características correspondientes al «Hombre Andaluz», para continuar con los siguientes representantes de este género.
Es un trabajo muy característico de la especialización en la Historia Natural de su autor, tendente a definir las especies que habitaban en Andalucía, pero cuyo resultado final, más allá de lo curioso y ocurrente que a primera vista pudiera parecer, constituye el primer acercamiento a la realidad sociológica andaluza, donde, a la par que se señalaban algunas de las especificidades físicas de sus habitantes humanos, se definían algunos de sus particulares rasgos culturales.
Se iniciaba con la definición de los rasgos característicos del hombre andaluz, que utilizando una terminología de corte linneana, quedaba encuadrado dentro del «Homo Sapiens», «Varieta Caucasica» y Forma Baetica», y cuya algunas de sus peculiaridades físicas son las siguientes:

«El andaluz, de cuerpo mediano, estatura de 1m. 56 mm., hasta 1m 65mm, temperamento sangüíneo bilioso, habita en las provincias comprendidas en los antiguos reinos de Granada, Jaén, Córdoba y Sevilla. Su cutis es poco encarnado, moreno, ligeramente pálido; los cabellos largos, finos y sedosos son, por lo general, castaños o negros; la cabeza es mediana; el cuello grueso; la cara oval; la barba poblada; los ojos son rasgados y grandes, negros o pardos; las cejas arqueadas; las pestañas largas y sedosas; la nariz recta, algo gruesa en la base y deprimida en la raíz, es muchas veces aguileña, la boca regular, con labios delgados, o abultados ligeramente; las orejas levantadas, medianas; la barba es poco saliente; los pies y las manos son pequeños (A. Machado y Núñez, Cathalogus Methodicus Mammalium, Revista Mensual de Filosofia, Literatura y Ciencia de Sevilla, 1869, T. I: 65)
La descripción que continúa con la caracterización de otras partes del cuerpo, abandona un tanto su tono científico para afirmar párrafos más adelante:
“Las mujeres son seductoras, hay en ellas una mezcla de languidez, de gracia y atractivo inexplicable; sus ojos son insinuantes, apasionados, ardientes y vivos: unas veces pardos, que traslucen el alma, otras veces negros aterciopelados, forman un delicioso contraste con el color nacarado de la esclerótica, que tiene el aspecto de las perlas (Ibidem: 68).
Pero volviendo a las ideas centrales de su exposición, lo que nos parece importante es señalar que si bien esta idea de caracterizar al andaluz como sub-raza específica puede resultar exagerada a nuestros ojos, aunque muy propia de una época en que las clasificaciones y definiciones de los distintos troncos raciales humanos se habían convertido en uno de los temas fundamentales para los científicos. Lo más interesante de su razonamiento, desde nuestro punto de vista, es que se ponen en relaciones estas características definitorias con la existencia de un pueblo, con una historia común, asentado en un marco natural preciso, poseedor de una misma interpretación de la realidad, dotado, en suma, de una cultura con la que se identifica.

La Sociedad Antropológica de Sevilla
Es importante recordar el impacto que la teoría de la Evolución tuvo en el nacimiento de nuevos campos científicos, que desde uno u otro punto de vista venían a aclarar las cuestiones sobre el origen y el desarrollo de la humanidad: la Anatomía Comparada, la Paleontología, la Zoologia, la Lingüistica y Mitología Comparada y desde luego la Antropología.
Esta última era entonces entendida como la rama de la ciencia que se ocupaba de la Historia Natural del Hombre, era una concepción amplia, donde el estudio del hombre se abordaba en su triple esfera constitutiva: física, social y psicológica. En este contexto había nacido La Sociedad Antropológica de París y La Sociedad Antropológica de Londres, a mediados del siglo XIX, la Sociedad Antropológica Española y a este mismo espíritu obedece la creación de La Sociedad Antropológica de Sevilla en 1871. Instituciones que respondían a la intensa preocupación por indagar en el origen y la evolución del hombre y su cultura, en cuyo contexto científico se inserta el nacimiento de disciplinas como la Antropología y la Arqueología Prehistórica.
Para 1873 La Sociedad Antropológica de Sevilla se extinguió. No conocemos las razones exactas, pero tendría algo que ver con los dificultosos tiempos que para las libertades políticas, y por tanto de pensamiento, se avecinaban en España. El sexenio revolucionario estaba tocando a su fin, con un desemboque negativo, en su caída arrastraba al pensamiento político liberal y krausista que lo sustentó. En 1875 con la restauración borbónica, el espíritu conservador volvió a adueñarse de las aulas universitarias y de nuevo numerosos profesores fueron apartados de sus puestos, tal sucedió con Antonio Machado y Núñez, que ese mismo año fue suspendido de su puesto como catedrático en Sevilla.
La nueva situación explica la creación de Ateneo Hispalense en 1879 como último refugio del espíritu de este grupo de intelectuales que activó el clima cultural y científico de la Sevilla de finales del XIX. Es cierto que el fracaso de la Revolución terminó con muchas de las ilusiones primeras del grupo y dejó sentir las divergentes orientaciones de sus componentes, lo que finalmente provocó la ruptura del proyecto y del mismo grupo. Estas desavenencia determinarían la separación de una parte de sus integrantes, que, con Sales y Ferré, a la cabeza fundarían en 1887 el Ateneo y Sociedad de Excursiones de Sevilla.

Tres generaciones de la familia Machado
En 1883 Antonio Machado y Núñez se traslada a la Universidad Central de Madrid, como catedrático de Zoografía de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central, donde será nombrado decano. A su nuevo destino lo acompañó toda su familia. Viajaría con él su único hijo, Antonio Machado y Álvarez, que había colaborado estrechamente con su padre durante toda esta etapa, al frente de sus propias investigaciones en el campo del folklore.
Antonio Machado y Álvarez fue el mejor exponente de la colaboración que mantuvieron Machado y Núñez y Federico de Castro en Sevilla, es decir del encuentro entre dos ilustres representantes de las dos teorías que dieron forma a este grupo de intelectuales sevillanos: el evolucionismo y el krausismo.
Antonio Machado y Álvarez fue fiel alumno de ambos maestros, y su obra, tan intensa como la de su padre, fue el resultado de la aplicación del método científico que les inculcaron los primeros (los evolucionistas), al estudio de las ciencias sociales, objeto de trabajo de los segundos (los krausistas). Sobre tales bases inició sus investigaciones en Cultura Popular y Folklore, primero en Andalucía y luego en España. Su auténtica pasión por las creaciones populares, le llevaría a adoptar el sobrenombre de Demófilo, con que firmó sus numerosos artículos y libros.
Machado y Núñez mantuvo durante su etapa en Madrid la misma actividad que lo caracterizó siempre, colaborando en numerosas publicaciones científicas y políticas y especialmente con la Institución Libre de Enseñanza, fundada por Giner de los Ríos y que representó el mejor ejemplo de la renovación educativa y cultural en la que se forjó la generación de científicos, literatos y artistas con la que entramos en el siglo XX.
Por tanto, no fue fruto de la casualidad que en la Institución Libre de Enseñanza estudiaran sus nietos, entre ellos, Manuel y Antonio Machado. Tampoco fue fruto de la casualidad que la talla intelectual y personal de estos poetas se debieran al entorno familiar en el que crecieron.
Uno de ellos, Antonio Machado, años más tarde rememoraba sus recuerdos del Palacio de las Dueñas en Sevilla, allí donde, su padre, uno de los más importantes folkloristas españoles del XIX, ejerció como administrador de la Casa de Alba. En la misma ciudad, en cuyas aulas universitarias, su abuelo, Antonio Machado y Núñez dictaba a sus alumnos las primeras enseñanzas sobre la teoría de Darwin.

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3 Comments

  1. ELI
    22 septiembre, 2009
    Responder

    Interesante y ameno escrito que nos transporta a una época corta pero gloriosa en la que existían parcelas de predominio del raciocinio y del conocimiento a pesar del riesgo que representaba la inestabilidad del poder que casi siempre tendía a posiciones más retrógradas que conservadoras. El ejemplo de ciudadanía que constituyen los personajes mencionados debe ser remarcado y difundido por todos.

  2. Ricardo Villalibre
    23 septiembre, 2009
    Responder

    Ilustre familia la de los «Machado».

  3. Por-libre
    24 septiembre, 2009
    Responder

    Machado y Núñez se merece una calle en Sevilla. Su máximo antagonista desde la reacción cavernícola, el catedrático de Teología Mateos Gago, tiene dedicada una de las calles más bellas de la ciudad. Machado Y Núñez enseñó en la antigua Universidad de la calle Laraña. Propongo que Sevilla le dedique alguno de los nuevos espacios que van a resultar de la remodelación de la Encarnación. El fue un innovador dentro de una institución añeja; quedaría muy bien su nombre en un proyecto urbanístico innovador dentro del casco histórico.

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