Me ha parecido muy respetable que la sección española de la Iglesia católica haya querido canonizar, y haya canonizado, a un selecto (para su jerarquía) grupo de unos cientos de víctimas de las decenas de miles que produjo el levantamiento militar de Franco (que tanto apoyó la Iglesia) y la posterior guerra civil. Me parece respetable aun cuando esa canonización fuera parecida, en su sustancia, a esas campañas publicitarias que usan enfermos terminales de sida o anoréxicas agónicas para vender ropa.
Ahora el cardenal Amigo de Sevilla vuelve con la amenaza de querer colocarnos una estatua del papa polaco en una calle céntrica de la ciudad. Me parece muy respetable que la Iglesia quiera homenajear a sus líderes y el ex-papa parece que lo fue. Pero el cardenal cuenta en Sevilla con muchos metros cuadrados de iglesias para ubicar dentro, en suelo que los católicos consideran sagrado, esa estatua de su líder. Su insistencia en ubicarla en la Avenida de la Constitución huele demasiado a buscar la confrontación ofendiendo la sensibilidad de los muchos que opinamos que es un abuso quererla colocar en un sitio público tan distinguido. A estas alturas del tercer milenio la Iglesia seguro que sabe distinguir la diferencia entre “lo público”, que es común y pertenece a todos los ciudadanos, y “lo sagrado”, que es variopinto y privado.
Cuánto mejor sería que el cardenal pusiera su empeño, energía e influencias en defender el monumento a las Víctimas de la Inquisición, como símbolo de todas las víctimas de la intolerancia, que ISA ha propuesto erigir en la plaza de San Francisco. No se podría así decir que la Iglesia católica recuerda a sus mártires y se olvida de sus víctimas.
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