‘Lectores que participan en la actividad’
onductora del acto: Pilar Lebeña Manzanal.
Periodista, autora y docente. «Mi primer acercamiento a la lectura fue gracias a mi maestra en la escuela unitaria de la aldea donde nací. No podría dar tres títulos, pues todos aquellos que me han emocionado y me emocionan están en mi lista de favoritos. Leo porque leer me da felicidad, serenidad, imaginación, cultura, búsqueda, libertad».
- ‘Emborráchense’. Leído por Antonio Muñoz Martínez. Delegado del Área de Hábitat Urbano, Cultura y turismo del Ayuntamiento de Sevilla
Charles Baudelaire:
“Hay que estar siempre ebrio. Eso es todo: la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del tiempo quebrando la espalda y doblándonos hacia la tierra, hay que emborracharse sin tregua. ¿Pero con qué? Con vino, poesía, o virtud, como gustéis. Pero emborráchense. Y si alguna vez, en las escalinatas de un palacio, sobre la hierba verde de un parque, en la taciturna soledad del cuarto, despiertan ya disminuida o desaparecida la borrachera, pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a lo que gime y rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregunten qué hora es y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, responderán: «¡Es hora de emborracharse! ¡Para no ser mártires esclavos del tiempo, emborráchense; emborracharse sin cesar!
Con vino, poesía o virtud, como gustéis”.
- ‘La utilidad de los conocimientos inútiles’. Leído por Gonzalo Pérez Mejías.
Abraham Flexner:
¿No es curioso que en un mundo saturado de odios irracionales que amenazan a la civilización misma algunos hombres y mujeres-viejos y jóvenes- se alejen por completo o parcialmente de la tormentosa corriente de la vida cotidiana para entregarse al cultivo de la belleza, a la extensión del conocimiento, a la cura de las enfermedades, al alivio de los que sufren. Como si los fanáticos no se dedicaran al mismo tiempo a difundir dolor, fealdad y sufrimiento? Desde un punto de vista práctico, la vida intelectual y espiritual es, en la superficie, una forma inútil de actividad que los hombres se permiten porque con ella obtienen mayor satisfacción de la que pueden conseguir de otro modo.
Podemos considerar esta cuestión desde dos puntos de vista: el científico y el humanístico o espiritual. Empecemos por el científico. Recuerdo una conversación que mantuve hace algunos años con George Eastman sobre el asunto de la utilidad. Eastman, hombre sensato, amable y clarividente, dotado de buen gusto musical y artístico, me había dicho que pretendía dedicar su vasta fortuna a promover la educación en asuntos útiles. Yo me atreví a preguntarle quién era para él el científico más útil del mundo. Respondió al instante: “Marconi”. Pero yo le sorprendí diciendo: “Por más placer que nos proporcione la radio y por grande que sea la aportación de las transmisiones sin hilos y la radio a la vida humana, la contribución de Marconi fue casi insignificante.
No olvidaré su estupor en ese momento. Me pidió que se lo explicara. Le respondí algo como lo que sigue:
Marconi era inevitable. El mérito real por todo lo que se ha logrado en el campo de la transmisión sin hilos corresponde, en la medida que un mérito tan fundamental pueda asignarse a una sola persona, al profesor Clerk Maxwell, que en 1865 efectuó ciertos cálculos abstrusos y remotos en el campo del magnetismo y la electricidad. Maxwell reprodujo sus ecuaciones teóricas en un tratado que se publicó en 1873. A continuación, el profesor H.J.S. Smith de Oxford declaró en el congreso de la British Association que “ningún matemático puede recorrer las páginas de estos volúmenes sin darse cuenta de que contiene una teoría que ha supuesto ya una gran contribución a los métodos y recursos de las matemáticas puras. Otros descubrimientos, realizados durante los siguientes quince años, complementaron la obra teórica de Maxwell.
Finalmente, en 1887 y 1888 el problema científico que permanecía aún abierto-la detección y demostración de las ondas electromagnéticas que transportan las señales de las transmisiones sin hilos- fue resuelto por Heinrich Hertz, que trabajaba en el laboratorio de Helmholtz en Berlín. NI Maxwell ni Hertz tenían interés alguno en la utilidad de su trabajo; tal pensamiento ni siquiera se les pasó por la cabeza. Carecían de cualquier objetivo práctico. El inventor en sentido legal fue sin duda Marconi, pero ¿qué inventó Marconi? Tan solo el último detalle técnico, en especial el aparato de recepción ahora obsoleto llamado cohesor, casi universalmente desechado.
Acaso Hertz y Maxwell no inventaron nada, pero su inútil obra teórica fue aprovechada por un hábil técnico y forjó nuevos medios de comunicación, servicio público y entretenimiento mediante los cuales hombres con méritos relativamente modestos ganaron fama y millones ¿Quiénes fueron los hombres útiles? No Marconi, sino Maxwell y Hertz, que fueron genios sin pensar an la utilidad.
Pero añadí que de una cosa podía estar seguro: de que habían realizado su trabajo sin pensar en la utilidad y de que a lo largo de la historia de la ciencia la mayoría de descubrimientos realmente importantes que al final se han probado beneficiosos para la humanidad se debían a hombres y mujeres que no se guiaron por el afán de ser útiles sino meramente por el deseo de satisfacer su curiosidad.
¿Curiosidad? Preguntó Eastman.
Si, respondí, no se trata de algo nuevo. Se remonta a Galileo, Bacon y Sir Isaac Newton, y hay que darle total libertad. Las instituciones científicas deberían entregarse al cultivo de la curiosidad. Cuanto menos se desvíe por consideraciones de utilidad inmediata, tanto más probable será que contrtibuyan al bienestar humano y a otra cosa asimismo importante: a la satisfacción del interés intelectual.
Las consideraciones a las que he aludido hacen hincapié en la abrumadora importancia de la libertad espiritual e intelectual. He hablado de ciencia experimental; he hablado de matemáticas; pero lo que afirmo es igualmente cierto con respecto a la música, el arte y cualquier otra expresión del ilimitado espíritu humano. Ninguna de estas actividades necesita otra justificación que el simple hecho de que sean satisfactorias para el alma individual que persigue una vida más pura y elevada.
El asunto que estoy discutiendo presenta hoy en día una especial relevancia. En ciertas grandes áreas del mundo-sobre todo Alemania e Italia, se está ahora mismo efectuando un esfuerzo para restringir la libertad del espíritu humano. Las universidades han sido reorganizadas hasta el punto de convertirlas en instrumentos al servicio de quienes profesan un particular credo político, económico o racial.
Abstruso: Adj. De difícil comprensión.
Abraham Flexner (1866-1959) fue un famoso pedagogo estadounidense. Tras sus estudios en la universidad John Hopkins y en Harvard, fundó varias escuelas experimentales y participó en la creación del Institute for Ad vanced Study de Princeton, que dirigió entre 1930 y 1939. Durante esa etapa favoreció el exilio de muchos investigadores que huían de las persecuciones nazis. Autor de numerosos libros de pedagogía, Flexner publicó en 1910 un informe sobre la enseñanza de la medicina en el siglo XX cuyas intuiciones mantienen una extraordinaria modernidad. Sus trabajos han ejercido una profunda influencia en la enseñanza de las ciencias en Estados Unidos y Europa.
- ‘La verdad de la mentira’. Leído por Amanda Nolasco Fernández.
Ángel González:
Al lector se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas, y una voz cariñosa le susurró al oído:
-¿Por qué lloras, si todo en este libro es mentira?
Y él respondió:
-Lo sé, pero yo lo que siento es de verdad.
- ‘Como una novela’. Leído por Fernando Manuel del Río Ramírez.
Del libro ‘Como una novela’, del autor francés Daniel Pennac:
El verbo leer no soporta el imperativo. Aversión que comparte con otros verbos: el verbo “amar”…, el verbo “soñar”…
Claro que siempre se puede intentar. Adelante: “¡Ámame!” “¡Sueña!” “¡Lee!” “¡Pero lee de una vez, te ordeno que leas caramba!”
-¡Sube a tu cuarto y lee!
¿Resultado? Ninguno.
Se ha dormido sobre el libro. La ventana, de repente, se le ha antojado inmensamente abierta sobre algo deseable. Y es por ahí por donde ha huido para escapar al libro. Pero es un sueño vigilante: el libro sigue abierto delante de él. Por poco que abramos la puerta de su habitación le encontraremos sentado ante su mesa, formalmente ocupado en leer. Aunque hayamos subido a hurtadillas, desde la superficie de su sueño nos habrá oído llegar.
-¿Qué?, ¿te gusta?
No nos dirá que no, sería un delito de lesa majestad. El libro es sagrado, ¿cómo es posible que a uno no le guste leer? No, nos dirá que las descripciones son demasiado largas.
Tranquilizados, volveremos a ver la tele. Es posible incluso que esta reflexión suscite un apasionante debate colectivo…
-Las descripciones le parecen demasiado larga. Hay que entenderlo, desde luego estamos en el siglo de lo audiovisual, los novelistas del XIX tenían que describirlo todo…
-¡Eso no es motivo para dejarle saltarse la mitad de las páginas!
…
No nos cansemos, ha vuelto a dormirse.
- ‘Memorias de un librero’. Leído por Antonio García Macías.
‘Memorias de un librero’, de Héctor Yanover:
Ser librero en Buenos Aires, qué maravilla. Anoche encontré a una escritora que me dijo: “Hola al librero más famoso de Buenos Aires”. Me encanta que me lo digan. Aunque sea mentira, yo lo creo. No lo desmiento. Si lo bueno es que hablen de uno, es mejor que hablen bien. Porque, ¿qué quiere decir ser el más famoso? ¿saber catálogos de memoria?¿saber dónde se puede encontrar cada libro? En una época traté de hacerlo y no sólo traté, sino que creí que podía llegar a conocerlos todos. A mi natural ignorancia agregué con tesón una petulancia no menos genuina. Pero a ese jovencito le hubiese encantado saber que iba a llegar a ser, para algunos, “el más famoso librero de Buenos Aires”.
[…]
Tengo muchas familias. A cada napa corresponde una. Nací en Córdoba y todos los cordobeses son de mi familia y dónde iba a estar mejor un cordobés que una librería ya que todos somos doctores; mis abuelos eran judíos y todos los judíos son parientes míos y dónde iba a estar mejor que en una librería ya que todos somos el pueblo del libro. Y, mi Dios, soy poeta y todos los poetas, todos los maravillosos locos poetas son mi familia. Y esta enorme familia de locos está internada en este vasto manicomio que son los libros.
¡Cómo no iba a sentirme bien en una librería! Todo el que busca se equivoca. Sólo acierta el que encuentra. El conocimiento se forma lentamente; un día se tiene, no se sabe cómo, y es imposible no sólo transmitirlo, sino también explicarlo. El que lo tiene lo sabe y calla. Pero el conocimiento no cesa de adquirirse. El que anda camina y el que camina busca y que busca nunca encuentra. El que cree haber encontrado se ha equivocado de encuentro. Y es por eso, porque el libro ayuda a buscar, la gente buena-la gente que quiere saber-busca el libro.
Los libros también ayudan a ser uno mismo. Uno mismo diferente de los otros precisamente porque somos iguales a los otros. Uno mismo diferente de sus iguales porque es otro.
- ‘Las flores’, leído por Julián David López Ceballos.
Del libro ‘Las flores’ de Kakuzo Okakura:
En la trémula y nívea claridad de un amanecer de primnavera, mientras escuchabais el trino de las avecillas en las frondas de los árboles ¿no habéis experimentado la sensación de, de que que no podíais en vuestra conversación, hablar mas que de flores?
Está, de todos modos, fuera de de duda que en la humanidad, el amor a las flores se ha desarrollado paralelamente a la poesia del amor. ¿de qué manera mejor puede llegar a vosotros el perfume de un alma virginal, que en presencia de una flor, tan dulce que en su inconsciencia y que no es tan fragante sino porque es tan candorosa?
Al ofrecer a su bien amada la primera guirnalda, el hombre primitivo se eleva por encima de la condición de la bestia; saltando el obstáculo de su grosería física, deviene en humano; adquiriendo conciencia de la utilidad sutil de lo inútil y entra en los dominios del arte.
En la alegría y en la tristeza, las flores son siempre nuestras fieles amigas.
Comemos, bailamos, amamos con ellas. Nos bautizan y nos casan en tan suave compañía. No nos atrevemos a morir sino en su presencia. Hemos adorado con el lirio, meditado con el loto, cargado el equipo de las batallas con la rosa y el crisántemo. Hasta hemos tratado de hablar el lenguaje de las flores.
¿Cómo podríamos vivir sin ellas? Espanta imaginar un mundo viudo de su amor.
¿Qué consuelo llevan a la cabecera de un enfermo, con qué haz bendicen las tinieblas de un espíritu abrumado? Su serena ternura reanima nuestra escasa confianza en la firmeza del Universo; como una mirada de niño resucitan ellas nuestras esperanzas desvanecidas. Ya convertidos en polvo, son ellas las que se paran a llorar sobre nuestras tumbas.
Por mucho que ello, nos duela, hemos de confesar, que a despecho de nuestra familiaridad con las flores, no nos hemos elevado en gran medida sobre el nivel de la bestia. Rascad la piel de cordero que nos viste y el lobo en nosotros latente no tardará en mostrar los colmillos. Alguien ha dicho acertadamente que el hombre a los diez años es un animal, a los veinte un loco, a los treinta un fracasado, a los cuarenta un estafador y a los cincuenta un criminal. Acaso se convierte en criminal porque nunca deja de ser un animal. No existe para nosotros otra realidad que el hambre, ni hay otra cosa sagrada que nuestros deseos.
Todos los altares han ido cayendo, uno tras otro, ante nosotros; uno solo continúa inconmovible; aquél en el que quemamos incienso a nuestro idolo supremo, nosotros mismos. Nuestro dios es grande y el dinero su único profeta. Para hacerle sacrificios, devastamos a la naturaleza en su nombre. Nos engreímos de haber sometido a la materia y nos olvidamos de que la materia es la que nos tiene reducidos a esclavitud. ¡Cuántas atrocidades cometemos con la máscara del refinamiento y de la cultura!
Decidme, flores gentiles, lágrimas de las estrellas, que quedáis en el jardín, que mecéis vuestras cabecitas al impulso de las abejas que cantan al sol y sobre el rocío, ¿conocéis el destino terrible que os aguarda?. Soñad, columpiaos, haced cuantas locuras se os antojen agitadas por las brisas del estío.
Mañana, una mano implacable os apretará sin piedad la garganta; seréis arrancadas de vuestros tallos brutalmente, deshojadas, destrozadas brizna a brizna, transportadas lejos de vuestra cuna nativa. La ninfa que os decapite puede que no carezca de gracia. Acaso os llenará de requiebros cuando aún sus dedos aparecen húmedos de vuestra sangre. Decidme: ¿eso se llama bondad? Tal vez vuestro destino sea morir aprisionadas en los cabellos de una coqueta sin corazón o estranguladas en el ojal de un cobarde, que no osaría miraros cara a cara si fueseis un hombre. Por ventura, acabaréis en un jarrón mezquino, con un dedal de agua pútrida por todo riego y para apagar la sed frenética de vuestra vida que se extingue.
7. ‘Escribir es como cavar un pozo con una aguja’. Texto de José Antonio Cobeña, leído por él mismo:
Un día ya lejano aprendí el significado de este dicho turco leyendo el discurso de Orhan Pamuk en el acto de entrega del Premio Nobel de Literatura en 2006, publicado después con un título muy sugerente, tanto como las palabras escritas en su dilatada vida: La maleta de mi padre. Es verdad que la vida de un escritor se hace poco a poco, horadando la persona de secreto que todos llevamos dentro, aunque no todos lo descubran, es decir, cavando el pozo del alma con una aguja virtual a imagen y semejanza de cada uno. Esa es la razón de que existan pocos escritores que aporten al mundo sus pozos con agua, porque es su misión, no la de estar secos.
El día 23 de abril de cada año se celebra el Día Internacional del Libro en lugares concretos, una de las preocupaciones de más de veinticinco años de soledad de Pamuk en Estambul, buscando su lugar ansiado de escritor, encerrado en una habitación con fronteras domésticas. En este día, cada año vuelvo a hacer la reflexión que acompaña a este autor a lo largo de su vida, todavía hoy: ¿por qué escribo? Y he buscado las razones de Orhan Pamuk cuando hablaba de la maleta que un día le entregó su padre y que reflejaba lo que había aprendido de él y de una premonición hecha hacia él después de un abrazo de silencio: “…me dijo de repente y como si tal cosa que algún día me darían el premio [Nobel de Literatura] que hoy recibo con gran alegría”.
Pamuk, en ese delicioso discurso, confesó por qué escribía y hoy lo he recordado.: “¡Escribo porque quiero hacerlo, con toda el alma! Escribo porque a diferencia de otros, no me siento a gusto con un trabajo común y corriente. Escribo para que libros como los míos sean escritos y para poderlos leer. Escribo porque estoy molesto con ustedes, con todo el mundo. Escribo porque me complace enormemente sentarme en un cuarto a escribir sin descanso. Escribo porque solamente modificando la realidad puedo soportarla. Escribo para que el mundo entero sepa cómo yo, cómo nosotros en Estambul y en Turquía hemos vivido y vivimos. Escribo porque amo el olor del papel, de la pluma y de la tinta. Escribo porque creo más en la literatura, en el arte de la novela, que en cualquier otra cosa. Escribo porque es un hábito, una pasión. Escribo porque tengo miedo de ser olvidado. Escribo porque me gusta la celebridad y toda la notoriedad que el escribir conlleva. Escribo para estar solo. Escribo en la esperanza de entender por qué estoy furioso con ustedes, con todos. Escribo porque me gusta ser leído. Escribo para terminar de una vez por todas esta novela, este texto, esta página que en algún momento comencé a escribir. Escribo porque todos esperan que escriba. Escribo porque tengo una fe infantil en la inmortalidad de las bibliotecas y en el lugar que mis libros tendrán en los estantes. Escribo porque la vida, el mundo, todo es increíblemente bello y maravilloso. Escribo porque gozo traduciendo en palabras toda la belleza y la opulencia de la vida. Escribo, no para contar historias sino para construir historias. Escribo para liberarme del sentimiento de que siempre existe un lugar al que -como en una pesadilla- jamás podré llegar. Escribo porque nunca he conseguido ser feliz. Escribo para ser feliz”.
Otro día, yendo del timbo al tambo, en expresión muy querida por Gabriel García Márquez, me atreví a responder también a esa pregunta, que reproduzco a continuación como justificación personal e intransferible de por qué escribo, siendo consciente de que tengo que volver a leer las palabras de Pamuk para aprender de él cómo se cava, con una aguja, un pozo literario de secreto.
Lo hago porque es una pregunta a la que todavía no había dado respuesta, como a tantas preguntas de mi vida, sobre todo tres que superan con creces a ésta (Eclesiastés, 3, 1-22): ¿Qué gana el que trabaja con fatiga? o en otra variación sobre el mismo tema: ¿qué saca el hombre de todo su fatigoso afán bajo el sol?; ¿quién sabe si el aliento de la vida de los humanos asciende hacia arriba y si el aliento de la bestia desciende hacia abajo, hacia la tierra? y, por último, ¿quién guiará al hombre a contemplar lo que ha de suceder después de él? A día de hoy, la única respuesta que me sigue pareciendo coherente es la del propio Eclesiastés, un auténtico líder de las asambleas: hay que hacer camino al andar y aprender una gran respuesta provisional en la vida: es mejor caminar con otros, porque si nos caemos siempre habrá alguien que te levante, porque la amistad es como la cuerda de tres hilos: jamás se puede romper.
¿Por qué escribo? En primer lugar, porque es la forma de expresar de forma especial, con palabras, la esencia de mi persona de secreto, interpretando la realidad que rodea permanentemente mi vida de forma voluntaria pero no inocente. Ser dueño de las palabras, es el acto humano por excelencia porque es una posibilidad que solo pertenece a mi especie, aunque genere en el acto de escribirlas un miedo cerval ante la página en blanco. Cada vez que me enfrento a esta realidad, recuerdo algo que aprendí hace ya muchos años de Ítalo Calvino en su obra póstuma “Seis propuestas para el próximo milenio”: “…es un instante crucial, como cuando se empieza a escribir una novela… Es el instante de la elección: se nos ofrece la oportunidad de decirlo todo, de todos los modos posibles; y tenemos que llegar a decir algo, de una manera especial” (Ítalo Calvino, El arte de empezar y el arte de acabar).
En segundo lugar, porque considero que escribir es un acto de militancia activa en el compromiso intelectual, por varias razones: el mero hecho de cuestionar la existencia de uno mismo al servicio estrictamente personal, es decir, el trabajo permanente en clave de autoservicio, así definido e interpretado, rompiendo moldes y preguntándonos si lo importante es salir del pequeño mundo que nos rodea como privilegiada zona de confort y mirar alrededor, ya es un signo de capacidad intelectual extraordinaria que muchas veces no está al alcance de cualquiera por imperativos del mercado. Desgraciadamente. Además, porque al escribir se hace patente el compromiso con uno mismo y con los demás, fundamentalmente con los más desfavorecidos por la vida. Siempre lo he asociado con la responsabilidad social, porque me ha gustado jugar con la palabra en sí, reinterpretando la responsabilidad como “respuestabilidad”. Ante los interrogantes de la vida, que tantas veces encontramos y sorteamos, la capacidad de respuestabilidad al escribir (valga el neologismo temporalmente) exige dos principios muy claros: el conocimiento y la libertad.
- ‘Nada de lo que resulta hermoso es indispensable para la vida’, leído por Pepi Bonilla Jiménez
Théophile Gautier:
En 1834, a la edad de veintitrés años, el autor de Mademoiselle de Maupin antepone a su novela un largo prefacio, que llegará a ser no solo el manifiesto del llamado “Arte por el Arte”, sino más en general, la elocuente reacción de una generación en revuelta contra aquellos que tienen la pretensión de ser economistas y quieren reconstruir la sociedad de arriba abajo.
Acusado en el diario Le Constitutionnel de escribir artículos indecentes, Gautier responderá brillantemente a los ataques con un lenguaje irónico, desdeñosos, lleno de metáforas y alusiones. Un panfleto pirotécnico en el cual el autor, más alla de la disputa ocasional, expresa su poética, fundada esencialmente en una idea de arte y de literatura libre de cualquier condcionamiento moral y utilitarista.
No imbéciles, no, cretinos y papudos como sois, un libro no hace sopa de gelatina; una novela no es un par de botas descosidas; ni un soneto una jeringa de chorro continuo; un drama no es un ferrocarril, todas ellas cosas esencialmente civilizadoras y que hacen que la humanidad avance por el camino del progreso.
En verdad hay motivos para reírse con ganas al oir disertar a los utilitaristas republicanos o samsimonistas. Hay dos clases de utilidad, y el sentido de este vocablo no es sino relativo. Aquello que es útil para uno no lo es para otro. Usted es zapatero, yo soy poeta. Para mi resulta útil que mi primer verso rime con el segundo. Un diccionario de rimas, por tanto, me beneficia por su gran utilidad. A usted de nada le serviría para echar suelas a un par de viejos zapatos, y es justo decir que una chaira a mí de nada me serviría para hacer una oda. Tras lo cual usted objetará que un zapatero está muy por encima de un poeta, y que es más fácil prescindir de uno que del otro. Pero sin pretender rebajar la ilustre profesión de zapatero, a la que honro tanto como a la profesión de monarca constitucional, confesaré humildemente que yo preferiría tener mi zapato descosido que mi verso mal rimado, y que pasaría muy gustoso sin botas, antes que quedarme sin poemas.
Nada de lo que resulta hermoso es indispensable para la vida. Si se suprimiesen las flores, el mundo no sufriría materialmente. ¿Quién desearía, no obstante, que ya no hubiese flores? Yo renunciaría antes a las patatas que a las rosas, y creo que en el mundo solo un utilitarista sería capaz de arrancar un parterre de tulipanes para plantar coles.
Solo es realmente hermoso lo que no sirve para nada. Todo lo que es útil es feo, porque es la expresión de alguna necesidad y las necesidades del hombre son ruines y desagradables, igual que su pobre y enfermiza naturaleza. El rincón más util de una casa son las letrinas.
Yo, mal que les pese a esos señores, soy de aquellos para quienes lo superfluo es lo necesario. Prefiero las cosas y las personas en razón inversa a los servicios que me puedan prestar. Prefiero a cualquier jarrón que me sea útil, uno que sea chino, sembrado de dragones y mandarines, que no sirve para nada.. Renunciaría muy gustoso a mis derechos de ciudadanos y súbdito francés por contemplar un auténtico cuadro de Rafael.. Aunque no sea un diletante, prefiero el sonido de un mal violín o de una pandereta al de la campanilla del señor presidente. Vendería mi calzón por tener un anillo y mi pan por tener mermelada.. Ved, pues, cómo los principios utilitarios están muy lejos de ser los mios, y que no seré nunca redactor de un periódico virtuoso.
¿Para qué sirve esto? Sirve para ser bello. ¿No es suficiente?: como las flores, como los perfumes, como los pájaros, como todo aquello que el hombre no ha podido desviar y depravar a su servicio. En general, tan pronto como una cosa se vuelve útil deja de ser bella.
El arte es lo que mejor consuela de vivir.
Chaira: Cuchilla que usan los zapateros para cortar la suela.
Diletante: del it. dilettante “que se deleita”
- Conocedor de las artes o aficionado a ellas.
- Que cultiva algún campo del saber, o se interesa por é, como aficionado y no como profesional.
Utilitarista: Partidario o defensor del Utilitarismo.
Utilitarismo:
- Actitud que valora exageradamente la utilidad y antepone a todo su consecución.
- Doctrina moderna que consider la utilidad como principio de la moral.
- ‘Historia de la belleza’, leído por Carmen Cruces.
Texto de Ana Reina Corchero, profesora de Lenguas Clásicas:
«Ahora más que nunca tenemos que volver a las fuentes de nuestra cultura y a los genes de nuestra lengua materna, con la que hemos crecido y configurado nuestras vidas. Y esos genes que le dan la autenticidad y la fuerza para que no perdamos nuestra identidad lingüística, que va pareja a nuestra identidad como sociedad vinculada a una historia y a una geografía comunes, están en el latín. Y no sólo como lengua que le aporta la solidez y seguridad indispensables para permanecer firme ante las sacudidas de los nuevos tiempos tecnológicos y pseudoltecnológicos que la embaten desde todos los medios hablados y escritos, en una sociedad cambiante e insegura , sino también como vehículo de una forma de ser y de pesar a través de la literatura, filosofía, arte y ciencia griegos que nos han formado como seres individuales y sociales a través de los siglos.
Como docente emérita de las lenguas griega y latina, animo a un acercamiento a ellas, porque son la columna vertebral de las Humanidades y de las Ciencias humanas, tan necesarias actualmente, y porque, al haberme dedicado más de treinta décadas a utilizarlas como una herramienta de pensamiento y como un soporte lingüístico indispensable para mis alumnos, puedo decir que ha habido en ellos un antes y un después de sus estudios de las lenguas clásicas: ahora son más conscientes a la hora de hablar y escribir con fundamento, y disfrutan más de cada palabra que pasa por su cerebro, la pronuncien o no.»
- ‘En defensa de lo clásico’, leído por Ana Reina Corchero.
Del prólogo de ‘Historia de la belleza’, de Umberto Eco:
Si reflexionamos sobre la postura de distanciamiento que nos permite calificar de bello un bien que no suscita en nosotros deseo, nos damos cuenta de que hablamos de belleza cuando disfrutamos de algo por lo que es en sí mismo, independientemente del hecho de que lo poseamos. Incluso una tarta nupcial bien hecha, si la admiramos en el escaparate de una pastelería, nos parece bella, aunque por razones de salud o falta de apetito no la deseemos como un bien que hay que conquistar. Es bello aquello que, si fuera nuestro, nos haría felices, pero que sigue siendo bello aunque pertenezca a otra persona. […]Estas formas de pasión, celos, deseo de posesión, envidia o avidez no tienen ninguna relación con el sentimiento de lo bello. El sediento que cuando encuentra una fuente se precipita a beber no contempla su belleza. Podrá hacerlo más tarde, una vez que ha aplacado su deseo. De ahí que el sentimiento de la belleza difiera del deseo. Podemos juzgar bellísimas a ciertas personas, aunque no las deseemos sexualmente o sepamos que nunca podremos poseerlas. En cambio, si deseamos a una persona (que, por otra parte, incluso podría ser fea) y no podemos tener con ella las relaciones esperadas, sufriremos. […]
Si bien ciertas teorías estéticas modernas sólo han reconocido la belleza del arte, subestimando la belleza de la naturaleza, en otros períodos históricos ha ocurrido lo contrario: la belleza era una cualidad que podían poseer los elementos de la naturaleza(un hermoso claro de luna, un hermoso fruto, un hermoso color), mientras que la única función del arte era hacer bien las cosas que hacía, de modo que fueran útiles para la finalidad que se les había asignado, hasta el punto de que se consideraba arte tanto el del pintor y del escultor como el del constructor de barcas, del carpintero o del barbero. No fue hasta mucho más tarde cuando se elaboró la noción de las “bellas artes” para distinguir la pintura, la escultura y la arquitectura de lo que hoy llamamos la artesanía. La relación entre belleza y arte se ha planteado a menudo de forma ambigua porque, aun privilegiando la belleza de la naturaleza, se admitía que el arte podía representar la naturaleza de una forma bella, incluso cuando la naturaleza representada fuese en sí misma peligrosa o repugnante.
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