Asiste uno atónito al anatema que la Iglesia católica española ha lanzado contra la asignatura de educación para la ciudadanía. Cañizares, el vicepresidente de la Conferencia Episcopal, ha calificado de “colaboracionistas con el mal” a aquellos colegios que, aun por imperativo legal, impartan la asignatura. Yo me pregunto dónde estaba este adalid de la libertad de enseñanza cuando no hace tanto el olor nauseabundo del nacionalcatolicismo apestaba las escuelas españolas, cuando Franco, José Antonio y Cristo crucificado compartían protagonismo encima de las pizarras.
Sorprende tanta sensibilidad en quienes se cobraron una parte del apoyo que dieron a la dictadura franquista imponiendo el fundamentalismo católico en las escuelas públicas. Qué quieren que les diga: a mí todavía me escuecen las orejas de los tirones que me dio el cura por no ser todo lo pío que él demandaba. Y se me acelera el pulso cuando recuerdo el peligro que corrió mi estabilidad emocional al memorizar las letras de las canciones que nos hacían cantar durante el “mes de María”. Para colmo, al ex jefe de esta panda de alzacuellados le van a erigir una estatua en el lugar más céntrico de Sevilla.
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