Don Quijote y Einstein, una conexión trazada por el matemático y divulgador científico Antonio J. Durán, socio de ISA


El matemático, Catedrático de la Universidad de Sevilla, escritor y gran divulgador científico Antonio J. Durán, socio de Iniciativa Sevilla Abierta, une de forma muy amena dos figuras básicas de nuestra historia en este artículo de El Cultural, al coincidir los 100 años de la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein con los 400 de la segunda parte de «El Quijote«. Lo recuperamos aquí:

Don Quijote de la Einsta

Hoy se cumplen cien años desde que Albert Einstein formulara por primera vez la versión definitiva de las ecuaciones de la relatividad general. También un mes de noviembre, pero de hace ahora cuatrocientos años, salió de la imprenta la segunda parte del Quijote. Cabe destacar que hace diez años también coincidieron el primer siglo de la publicación de la relatividad especial de Einstein con los cuatro siglos de la primera parte del Quijote. Aunque ambos acontecimientos están separados por tres siglos y ese precipicio de las dos culturas que cada vez parece más infranqueable, entre ellos existió una fuerte conexión más allá de lo anecdótico de esa coincidencia de fechas: Einstein fue un apasionado de la novela de Cervantes, a la que no era raro ver rondando por su mesilla de noche.

El primer encuentro de Einstein con el Quijote se produjo recién acabados sus estudios universitarios, y en el seno de lo que dio en llamarse la Academia OlimpiaEinstein la fundó con dos amigos que lo nombraron presidente, en un ritual al que uno encuentra cierto parecido conceptual con aquel que transformó a Alonso Quijano en el caballero don Quijote en una venta manchega. Así, Einstein pasó a ser «Albert Ritter von Steißbein, Präsident der Akademie Olympia» (algo así como «Alberto, caballero del coxis, presidente de la Academia Olimpia»), y prepararon un diploma donde aparecía el busto del presidente bajo una ristra de salchichas. Las bufonadas en torno a la Academia Olimpia, nombre incluido, venían a ridiculizar la pompa y circunstancia del mundo académico, de forma ciertamente parecida a como Cervantes quiso ridiculizar las penurias españolas, en plena efervescencia imperial, haciendo ver a don Quijote rutilantes castillos donde sólo había ventas cochambrosas. A pesar de lo cual los «académicos» leyeron libros que después serían fundamentales para la carrera científica de Einstein, o para formar su personalidad, como el Quijote.

El mundo académico no había tratado hasta entonces especialmente bien a Einstein que, en sus propias palabras, «había ya honrado a todos los físicos desde el mar del Norte hasta el extremo sur de Italia con su oferta de trabajo», sin ningún éxito. No fue extraño que Einstein desarrollara cierta aprensión, incluso se podría decir que asco, hacia las instituciones académicas y universitarias. De lo cual dejó muestra en varias citas de lo más mordaces. «Ahora también yo soy un miembro oficial del gremio de las putas», escribió en 1909 tras conseguir su primer puesto de profesor; y algunos años después: «Las universidades son como bellos montones de estiércol sobre los que a veces crece una flor preciosa». De hecho, Einstein tuvo que conformarse, y eso con suerte, con un puesto como ayudante de tercera clase en la oficina de patentes de Berna. No le fue pues difícil a Einstein identificarse con el Quijote en su primera lectura de la novela, cosa que continuó haciendo a lo largo de toda su vida.

Einstein compartió también lecturas del Quijote con algunos de sus familiares más cercanos. Es el caso de su hermana Maja, que vivió con él en Estados Unidos desde 1939. Cuenta Walter Isaacson en su biografía de Einstein que, cuando Maja sufrió en 1946 una apoplejía, Einstein la cuidó como nunca antes había cuidado a nadie, y que solía leerle algo cada noche, en ocasiones el Quijote: «Cada noche iba a leerle un rato. A veces el tema era denso […], pero en otras ocasiones las lecturas eran algo más ligeras, aunque quizá igualmente reveladoras, como las noches en las que le leía fragmentos del Quijote; a veces Einstein comparaba sus propios y quijotescos lances contra los molinos de viento de la ciencia predominante con los del ingenioso hidalgo lanza en ristre». Y, según cuenta Jamie Sayen en su libro Einstein in America, el científico le solía leer capítulos del Quijote a una de las hijas de su segunda esposa para entretenerla cuando era adolescente, pues encontraba sus aventuras alegres, sanas, llenas de humor, ricas en fantasía y con personajes e historias hermosas.«A menudo Einstein se identificaba desenfadadamente con el caballero loco», escribió Sayen.

Pero también Einstein apeló a don Quijote como modelo de conducta y, como ha quedado reflejado en las citas anteriores de Isaacson y Sayen, en varias ocasiones a lo largo de su vida Einstein se vio a sí mismo, o fue visto por amigos cercanos, como un Quijote, desfacedor de entuertos e incansable batallador en pro de causas perdidas. Así, contraponiendo el ilusionante espíritu de don Quijote frente al decadente del burgués, escribió al físico Max Born: «He leído con gran interés tu conferencia contra cuanto en nosotros los científicos integra el elemento quijotesco, ¿o debo llamarlo tentador? Donde falta por completo ese vicio aparece el burgués sin esperanza…».

También encontramos apelaciones al Quijote en la correspondencia de Einstein con Max Brod. Brod fue crítico, escritor y editor, y salvó para el mundo algunas de las mejores novelas de Franz Kafka. Einstein coincidió con Kafka y Brod en Praga, cuando el físico estuvo allí de catedrático entre 1911 y 1912. Con ocasión de la lectura de la novela de Brod Galileo en prisión, Einstein le escribió en 1949 sobre la pelea que Galileo sostuvo con la Iglesia católica, que casi le cuesta la vida al sabio italiano: «Me es imposible verme a mí mismo emprendiendo algo semejante para defender la teoría de la relatividad. Lo que se me ocurriría es pensar que la verdad es incomparablemente más fuerte que yo, y me parecería ridículo y quijotesco querer defenderla con espada y Rocinante».

Aquí Einstein muestra muy mala memoria, pues parece haber olvidado lo mucho que habían tenido de quijotescas las posturas antibelicistas que sostuvo buena parte de su vida, su incansable búsqueda de una teoría de campo unificado, o sus invectivas contra la mecánica cuántica cuando esta se había convertido en el centro de atención de la física mundial. Porque su correosa lucha contra el carácter probabilista de la mecánica cuántica se acabó convirtiendo en una verdadera batalla contra los molinos. No es pues extraño que en 1917 su buen amigo Michele Besso, escribiéndole sobre el asunto, lo llamara explícitamente «Don Quijote de la Einsta».

En la imagen, Albert Einstein en su casa (h. 1925).

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