En España se sigue conformando la opinión pública con cifras muy infladas sobre los participantes en cualquier manifestación pese a que la tecnología ya permite calcularlo bien


Los graves acontecimientos que están sucediendo en Cataluña ponen también de relieve una  importante cuestión que estos días se convierte en mucho más relevante si cabe: la conformación en España de la opinión pública y de la legitimidad democrática en función del número de personas que se estima han participado en manifestaciones y reivindicaciones. Desde hace ya muchos años, hay medios tecnológicos que permiten calcular con precisión cuántas son, sea cual sea la ciudad donde se celebren. Ya sea en la Avenida de la Constitución sevillana, en la Puerta del Sol madrileña o en el Paseo de Gracia barcelonés. Y eso favorecería en grado sumo que cualquier ciudadano, colectivo, entidad, institución, partido político, sindicato, universidad o medio de comunicación pondere cuál es realmente el seguimiento que tiene una movilización. Ya sea festiva o reivindicativa.

Sin embargo, en lugar de aplicar métodos rigurosos y transparentes para el conocimiento de la verdad, para valorar el respaldo real que tiene cualquier acto en el espacio público, para ser coherentes con la capacidad de información y análisis de una sociedad moderna y avanzada, en cambio se sigue conformando la opinión pública en función de cifras de participantes totalmente infladas que nada tienen que ver con la realidad. Sea quien sea el promotor de la movilización, sea cual sea la finalidad de la misma.

En este sentido, el escritor y periodista Álex Grijelmo, director de la Agencia Efe desde 2004 a 2011 y con una larga trayectoria como directivo del Grupo Prisa, analiza aquí en El País, cómo en grandes movilizaciones como la manifestación tras el asesinato del jurista Francisco Tomás y Valiente a manos de ETA en 1996, o en una visita del Papa Juan Pablo II, se manejaron igualmente los datos sin ningún criterio. Se usó una vez más el tópico del millón de asistentes, y los datos científicos señalan que serían unas 100.000 personas, es decir, diez veces menos. Recomendamos leerlo en su integridad, por la gran cantidad de ejemplos y datos que aporta.

Así, Grijelmo defiende la necesidad de usar métodos rigurosos para medir las magnitudes y pone como ejemplo el empleado desde 2011 por la empresa española Lynce basado en la obtención de fotografías cenitales en altísima resolución y un programa informático “que ponía un número a cada persona que aparecía en ellas”. Sin embargo, los resultados no convencieron a los convocantes de la manifestación de julio de 2010 en Barcelona contra los recortes del Estatut decididos por el Constitucional, donde se produjo un enorme contraste entre las 74.400 personas que ofrecía el método de Lynce, los 1,2 millones que dijo la Guardia Urbana y los 1,5 millones que dijeron los convocantes.

“De ese modo se ha ido construyendo durante años una gran falsedad sobre la participación en concentraciones multitudinarias. Pero pocos la cuestionan, pues se corre el riesgo de ser tachado con esos calificativos siempre dispuestos para la ocasión. Una opinión no vale nada si no va seguida de un argumento. Y, del mismo modo, cualquier cifra de manifestantes carece de validez si no se respalda con un cálculo transparente”, argumenta Grijelmo.

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