En su artículo «Los talones de Aquiles de Abengoa«, publicado por El Mundo Sevilla, el periodista Manuel Jesús Florencio aporta más datos para el análisis de la preocupante situación de Abengoa, una crisis que puede repercutir muy seriamente sobre el futuro socioeconómico de nuestra ciudad. La recuperamos a continuación:
«HACE MÁS de un decenio estuve entre los invitados por Javier y Felipe Benjumea a una comida privada en la entonces sede de Abengoa en la avenida de la Buhaira con motivo de ciertas diferencias sobre el pelotazo urbanístico que acabaría propiciando el traslado de la multinacional a Palmas Altas.
En el curso de aquella reunión, Felipe Benjumea me habló en líneas muy generales de un informe que, si no recuerdo mal, les habría elaborado McKinsey, la consultora más importante que existe y dedicada especialmente a proporcionar visiones globales y estratégicas a empresas, gobiernos e instituciones.
Conforme al lema del fundador de Microsoft, Bill Gates, de «imagina el futuro para adelantarte a él», McKinsey rediseñó Abengoa o Abengoa se rediseñó conforme a McKinsey pensando en la dirección hacia la que evolucionaría el mundo, para que cuando éste llegara a ese punto Abengoa ya estuviera allí.
Cambio climático
Tan sólo unos años antes se había aprobado el Protocolo de Kioto con el fin de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, que estaban provocando el calentamiento global del planeta por el uso intensivo y excesivo de energías de origen fósil (carbón, petróleo) en una economía basada en el carbono desde la revolución industrial.
Ante la catástrofe que supondría el cambio climático, cada vez más evidente pese a la fuerte corriente que lo niega (los republicanos de EE UU acaban de tumbarle a Obama sus compromisos ante la cumbre del clima en París, y Rajoy, ahora neoconverso, se escudó en un primo catedrático en Sevilla para cuestionarlo) y que acabaría provocando derretimientos en los casquetes polares, subida del nivel del mar, hundimiento de islas y metrópolis costeras, desaparición de animales, plantas y cultivos… los gobiernos no tendrían más remedio que apostar por un nuevo modelo basado en las por entonces incipientes energías renovables, el reciclaje de los residuos, la depuración y desalación de las aguas…
Nueva estrategia
Abengoa, según me dijo Felipe Benjumea, iba a evolucionar de ser una empresa de ingeniería, tendido de redes eléctricas y telefónicas y montaje de complejos industriales y energéticos tradicionales a centrarse en el medio ambiente. Una compañía que desarrollaría soluciones tecnológicas innovadoras para lograr el desarrollo sostenible (el concepto acuñado por la ex primera ministra noruega Gro Harlem Brundtland en un informe para la ONU) mediante una mayor apuesta por la I+D, que a su vez contribuiría a darle mucho más valor añadido: un círculo virtuoso.
Fruto de aquel cambio estratégico, en febrero de 2007 Abengoa inauguró en Sanlúcar la Mayor la primera central termosolar de torre (en vez de las de canal parabólico) en explotación comercial del mundo, la PS10, y acabó como líder global de esta tecnología maravillosa con la que se transforma en electricidad limpia la energía inagotable del sol. Mereció así las alabanzas de Obama, la mejor publicidad posible para una empresa que no se gastaba un euro en la misma, que no supo ganar la batalla de la comunicación por su natural tendencia al oscurantismo y que lo fiaba todo a sus privilegiadas relaciones con la clase política (véanse sus consejos de administración y/o ciertos fichajes como asesores, puras puertas giratorias).
Actividades reguladas
La firma también se centró en los biocombustibles para la sustitución del petróleo por carburantes ecológicos basados en productos vegetales como los cereales, la caña de azúcar y las oleaginosas. Y hasta en la conversión del hidrógeno como fuente de energía concentrado en pilas de combustible, que lo mismo podrían servir para impulsar un coche (abrió en Sanlúcar la Mayor una de las escasas estaciones de repostaje existentes en el mundo) que para un submarino de la Armada.
Abengoa se volcó en el desarrollo de estas novísimas tecnologías (ha acumulado más de 300 patentes gracias a una compañía sólo para la I+D, Abengoa Research) y en la consiguiente construcción de plantas, algunas de gran magnitud, para su aplicación comercial.
Para ello confió en planes o promesas gubernamentales (su primer talón de Aquiles a la larga) por tratarse de actividades reguladas en gran parte. Pero, por ejemplo, no se aceleraron las órdenes de mezclar más etanol o biodiésel en la gasolina, y las primas a las energías renovables no sólo no se incrementaron sino que se recortaron (Rajoy con la termosolar), mientras ocurría lo contrario con el carbón de Asturias o la industria extractiva y refinadora de petróleo en todo el mundo… por más que cada vez fuera más patente el cambio climático.
Deuda excesiva
Y como sus actividades tradicionales de ingeniería y vinculadas no le generaban los recursos suficientes para financiar esos novísimos desarrollos tecnológicos y las plantas basados en los mismos mientras llegaba el momento (un plazo que se fue alargando cada vez más) de que le proporcionaran los retornos de rentabilidad esperados, recurrió a un endeudamiento acelerado (segundo talón de Aquiles) de la banca y las emisiones de bonos. Hace diez años, la deuda de Abengoa era «manejable», unos 1.000 millones de euros; hoy, ni siquiera la banca sabe cuánto debe (se estima en más de 20.000 millones).
Abengoa se adelantó en exceso a su tiempo y al final, con tanta deuda, incurrió en aquello de lo que el fundador de El Corte Inglés, Ramón Areces, huía como la peste con su frase «yo no quiero acabar trabajando para los bancos».
Imagen: web de Abengoa.
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