Le comento a un amigo vinculado a la derecha militante que la peatonalización de la avenida es un gran acierto y se molesta conmigo por «defender a Monteseirín». Menciono delante de una colaboradora del alcalde que el tranvía llamado deseo de ganar las elecciones es un capricho caro que no va a ninguna parte y me acusa de «caer en el juego de la derecha antidemocrática». Le discuto a un taxista que el sistema de licencias cerradas es un privilegio que le impide al ciudadano los beneficios de la libre competencia y casi me echa del taxi «por facha». Defiendo ante un capillita de pro la formación escolar en ciudadanía y me encuadra en la inmoralidad. Le comento a un bético que a Sevilla le daría cohesión social tener un solo equipo de futbol y me viste de blanco y rojo.
Me estoy cansando de ser encuadrado y me pregunto si no nos sentaría bien desactivar los mecanismos automáticos de estereotipado.
Pensar libremente no cuesta dinero, que yo sepa.
¿Que cansa? Será eso, entonces…
Estimado Sebastián:
el sentimiento de frustración que percibo en tus líneas me alcanza muy directamente. No diré (sólo porque no quiero pensarlo) que piense que esto no tiene arreglo.
Y (no sé hasta que punto sin proponértelo) has dado de un modo certero en el clavo.
Machado, que lo sufrió tanto, fue capaz, desde mi punto de vista, de expresarlo de un modo dolorosamente cabal: «las dos Españas».
A veces parece como si, desde pequeñitos (como esos padres tan graciosos, que presumen orgullosos de haber conseguido que sus hijos -cuando aún balbucean sus primeros sonidos- puedan decir, de corrido, “betis-caca” o “sevilla-caca”), se nos hubiera entrenado en el desprecio de lo “distinto”, de aquello que no ha crecido bajo nuestro mismo techo: de todo lo que ignoramos.