Festival de cine


La gala del Festival de cine de Sevilla, celebrada anteanoche, constituyó un ridículo intento de propaganda política, con una catenaria presidiendo el escenario, no como homenaje al juego que dieron los tranvías en el cine mudo sino para alabar el hecho de que ahora se pueda llegar de ese modo a la sede del evento. Las catenarias son muy discutidas en la ciudad y la dirección del Festival ha pensado sin duda: ¿con qué no queréis catenarias? ¡Pues toma, hasta en la sopa! ¿Por qué hace esto un Festival en algo que ni le va ni le viene cuando se dice que es de todos y debería aunar voluntades? Chi lo sa. Ahora bien, ¿efecto que puede tener esto? ninguno. El Festival no es nada, no da ni siquiera para la polémica.
La Gala en sí fue aburrida y contraproducente. Tras el asombro inicial del público ante el tono infracoloquial o, dicho más piadosamente, naif de la presentadora (dijo que se había vestido tan elegante porque venía la televisión, en concreto la reportera Pilar Rubio), se pasó a una indiscutible ternura hacia la torpeza de la joven maestra de ceremonias, una actriz a la que es justo desearle mejores papeles. Con todo lo peor fue la sustancia del asunto, el avance de las películas que se van a exhibir. Fueron proyectados vídeos de una oscuridad material y espiritual inaudita. Apenas se veían las imágenes, arropadas por una música seudomoderna y triste, pero lo poco que se veía era deprimente en extremo. «No ha salido ni una imagen hermosa», me decía una amiga. A juzgar por el cine europeo, según se mostró el viernes pasado, Europa es un continente mortificado y pobrísimo, donde la gente arrastra una miserable existencia poblada de rostros brutales y sombríos. Lejos de animar a la gente la Gala sirvió para desanimarla y mirar la apertura del Festival con el resignado escepticismo con que se miran todas las patochadas que se hacen por aquí.
Para rematar el asunto a continuación se puso una película de dos horas y media sobre el genocidio armenio. La Gala empezó a las 8’30 y no empezó a servirse cerveza y algo de comida hasta las 12,30. Hay que destacar el irreprochable civismo, la esmerada educación del público sevillano que, a pesar de esa circunstancia, no se abalanzó sobre las camareras ni empujó al vecino para llegar antes a la copa ni la emprendió a puñetazos para disputar el canapé. Todo transcurrió de un manera admirable, sin incidentes y, conforme alcohol y manduca fueron extendiéndose por el salón del Casino, se generó un ambiente alejado de tristezas y lleno de una expansiva cordialidad.

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