El socio de Iniciativa Sevilla Abierta Joaquín Mayordomo es un gran conocedor de Marruecos, país donde reside, y en Cuarto Poder ha escrito un interesante artículo que nos puede ayudar a entender esa confrontación actual del islamismo radical con Occidente, muy difícil de comprender si antes no se visita la Historia y el recorrido que la cultura cristiana y la musulmana han tenido. Como él mismo aclara, a partir de ahí comprenderemos mejor por qué todavía hay mentes a las que la Fe no le deja resquicio para la duda ni para practicar la Razón. El artículo, publicado en este enlace, es el siguiente:
«Defender la libertad de expresión desde Occidente, con sus Derechos Humanos bien pertrechados, y sus valores de Libertad e Igualdad, entre otros, consagrados a golpes de guillotina en su día, es fácil. Defender esta libertad desde el otro lado de la frontera que establecen los veladores del Islam radical, se me antoja un empeño casi imposible al día de hoy. Es por esto que el monstruo de la venganza y el odio sigue engordando en algunos de esos territorios. Es por esto, también, que el rencor y el resentimiento contra todo lo que huela a occidental se ha instalado entre sus gentes. La impotencia que sienten por no poder resolver sus propios problemas o por no ser capaces de superar esas contradicciones que emanan de una arcaica forma de pensar y sentir frente a la modernidad y el progreso es, asimismo, ese dragón que alimentan y atizan algunos de sus líderes cuando, tras cometer acciones tan viles como la perpetrada en París, difunden a los cuatro vientos que sólo ésta forma de hacer es la manera de estar en paz con su dios.
Y mientras estalla el terror, los occidentales no saben cómo actuar, salvo apelar a esa cultura europea secular que consagra el valor del diálogo y de la tolerancia.
Mas Occidente, está claro, anda perdido. Los occidentales llevamos perfeccionando el oficio de practicar la libertad al menos desde 1789; con sus altos y bajos, desde luego, pero siempre con las miras puestas en el ser humano, para que sea éste el centro del Universo; el ser al que por encima de todo hay que atender. Nada de dejar las cosas terrenas en manos de dios, se podría resumir.
Ya Martín Lutero puso la primera piedra en octubre de 1517 para que ese deseo humano de separar Fe y Razón cuajase; no es que él lo viera exactamente así, pero por ahí iban los tiros. El Renacimiento consolidó este proyecto en el que primaban los “intereses humanos”, aunque con frecuencia sus defensores chocasen contra quienes creían que la práctica de la fe debía seguir siendo el centro de todo. Pero la creatividad y la fuerza del humanismo fue imponiéndose hasta conseguir que la Razón tomase carta de naturaleza con la Ilustración y ahí comenzase ésta, de una forma u otra (siempre imperfecta, es verdad), a gobernar el mundo (el occidental al menos), dejando para la Religión ese espacio que, en esencia, sólo concierne a los asuntos del “alma”.
Esto, en teoría, claro, porque en la práctica ya se sabe cómo han ido las cosas en estos dos siglos. Todo el mundo conoce cómo, todavía hoy, la sociedad vive atrapada en esa maraña en la que aún se discute por parte de algunos (aunque lo planteen sutilmente) sobre si los asuntos del gobierno del pueblo deben o no ser tratados con argumentos de fe. Todavía hoy, insisto, en España se le concede medalla y honores a la estatua de una virgen. Y sin ir más lejos, en el Gobierno español actual hay algunos ministros que creen que el gobierno de los ciudadanos bien podría practicarse bajo el dictamen y “amparo” de su “conciencia” cristiana. En fin, Europa, Occidente, ha pasado por una Revolución Francesa, dos guerras mundiales, antes por una revolución industrial, y en medio por incontables revoluciones y contrarrevoluciones y… aún así, no ha terminado de resolver ese asunto en el que chocan fe y razón, aunque, ciertamente, se ha avanzado mucho.¿Qué se puede esperar, entonces, de un mundo en el que prácticamente no ocurrió “nunca” “nada” como el del Islam?
Allí los avances en materia de pensamiento y razón son escasos, por no decir nulos. Allí siguen anclados en su particular Edad Media con su discurso religioso inmutable e intocable. Todavía recuerdo con asombro un encuentro en Tetuán, al que asistí por azar. Se habían reunido, con motivo de la celebración de un bautizo, una pléyade de intelectuales ilustres, musulmanes, entre los que había profesores de universidad, abogados, médicos, algún agente turístico… En un momento dado, no recuerdo por qué, la reunión derivó en si era lícito o no traducir el Corán y, si en caso de que se tradujese, éste perdería esa esencia y valor que le corresponde por contener la palabra revelada de dios. El asombro fue grande. Y por un momento me vi transportado a aquellos cenobios europeos, allá en la Edad Media, cuando se discutía por lo mismo en referencia a la Biblia. Es decir, lo que Occidente ha de entender es que, como en la cultura cristiana, también en la del Islam el camino todavía se está haciendo… Aunque desde Occidente se piense que es un camino “hacia atrás” y equivocado.
Desde aquel año simbólico de 1517 en el que Lutero clavó sus 95 tesis a la puerta del Palacio de Wittenberg como una invitación abierta al debate y la reflexión, los europeos andan dándole vueltas al asunto de cómo desgajar la Razón de la Fe. Y se han dado grandes pasos al respecto, no cabe duda. La Declaración Universal de Derechos Humanos en 1948 fue el aldabonazo final para esa propuesta que sigue intentando separar el poder terrenal del espiritual, en lo que a asuntos de gobierno se refiere. Y en ese viaje se está.
Ahora, cuando ante Occidente se muestra otra vez ese enemigo (porque no se olvide que ya Occidente combatió contra él en aquellas “Cruzadas”), ese enemigo que propone utilizar las creencias para la gestión terrenal y en el ejercicio del poder, los occidentales se sienten perdidos, confusos, ante esos iluminados del Islam que hacen de la religión un arma mortífera. Y, en general, se observa, que el occidental no comprende por qué actúan así: ¡Inmolándose! ¡Asesinando a sangre fría! ¡Exhibiéndose en su brutalidad y crueldad! Manifestando el más absoluto desprecio a la vida. La sinrazón.
Estas son acciones que para Occidente, ya en otra era, ya en otro estado del desarrollo intelectual y humano, resultan inconcebibles. Después de tanto debate y tantas revoluciones, los occidentales consideran que de alguna forma está superada esa intervención tan explícita de la religión en el ejercicio del poder.
¡Pero para ellos no! Para el radical islamista todavía es la Fe la que ocupa y guía su cerebro. Ellos son seres que forman parte de un dios superior. Y según creen, al ser la última religión rebelada, ¡son los elegidos! Y cómo tales, piensan que cualquier acción les estará permitida. Se sienten parte de dios. Y sólo su dios les juzgará.
En el mundo del creyente musulmán no se concibe ni entiende, por ejemplo, que una persona pueda proclamarse atea. “Eso es imposible”, le atajarán enseguida, si alguien argumenta en favor de esa posibilidad. He vivido innumerables anécdotas en este sentido, en las casi dos décadas que he estado residiendo en un país musulmán. He asistido a acalorados debates con intelectuales musulmanes marxistas en los que siempre llegaba el momento en el que alguien decía: “Pero eso no puede ser. Lo dice el Corán”. “¿Y por qué no puede ser? Si tú te declaras marxista y no creyente…”, argumentaba el contrario. “Ya, pero lo dice el Corán”. ¡Y de ahí no había quien les sacase! Es decir, mientras los occidentales ya son capaces de vislumbrar —quien más, quién menos— que la vida social y del alma van por separado, a ellos esta disociación se les antoja imposible. Por eso en Occidente no se comprenden muchas de sus acciones; por eso son muchas las dificultades que existen para entenderse en el mundo de los negocios con ellos o en la relación cotidiana. Y con esto no quiero decir que Occidente tenga razón, no. Lo que digo es que somos como el agua y el aceite. No mezclamos bien.
Y si a esto se añade toda esa carga cultural que lleva a la espalda la vieja Europa y el complejo de culpa por el etnocentrismo europeo; o la vieja y gastada historia del mítico Oriente elevada a la categoría de norma para explicar desde aquí, desde Occidente, lo que ocurre allí. Y si además se le añaden los muchos años de colonialismo que andan todavía coleando por medio, o la miseria y la opresión en la que viven muchos de los musulmanes bajo el yugo de dictadores y sátrapas, ¿para qué se quiere más? Ahí se muestra bien nítido el caldo de cultivo en el que se fragua el rencor, el odio al occidental, el resentimiento y las ganas de aniquilación de una cultura europea a la que unos líderes hambrientos de poder y venganza están dispuestos a plantarle cara bajo la falsa bandera de la religión cuando lo que ansían es más poder; quizá, dominar el mundo.
Desde luego todo esto no es fácil de explicar ni sencillo de entender o enmendar. Pero Europa debe saber —entiendo que quienes ejercen el Poder ya lo saben— que al otro lado de ese muro que divide el mundo musulmán y el occidental hay fuerzas poderosas interesadas en derrotar a Occidente. Fuerzas que manejan valores y códigos que aquí, ni por asomo, las gentes de a pie entienden. Y lo que acaba de ocurrir en París con el ataque a Charlie Hebdo no es más que otro paso en ese camino que se vislumbra doloroso y muy largo. Y si para un musulmán caricaturizar a Mahoma es una blasfemia… ¡Es una blasfemia, no hay duda! Y no habrá fuerza humana que lo haga cambiar de opinión. Porque el pensamiento occidental para el creyente musulmán no existe. Ni la razón, ni conceptos como el de la libertad de expresión, podrán, por ahora, hacerle dudar o imponerse a su condición de creyente. Además, ya se sabe que contra la fe no hay razones«.
Imagen: el imán Farid Darrouf pronuncia unas palabras en la mezquita de La Paillade, en Montpellier, sur de Francia, ayer viernes, en memoria de las doce víctimas del atentado contra el semanario satírico “Charlie Hebdo”. / Guillaume Horcajuelo (Efe) – original
No Comment