Recomendamos la lectura del magnífico artículo ‘Sevilla, ¿sólo para los cabales?’ de Juan Ruesga Navarro sobre la necesaria evolución de la ciudad, también en la organización de sus fiestas, sin incurrir en el contumaz error de dejarse atrapar por la visión reduccionista de quienes se atribuyen la condición de ‘cabales’.
Arquitecto y escenógrafo, con una contrastada trayectoria en artes escénicas –ocupando entre otros el cargo de director del Centro Andaluz de Teatro o el de subdirector del Museo de Arte Contemporáneo de Sevilla, Juan Ruesga es un gran conocedor de la vida en Sevilla en los años 50 y 60. Sin embargo, no cae en la tentación de aplicar la nostalgia con efectos retroactivos para añorar un pasado que no fue de postal. “Llevamos algo más de siglo y medio, desde la llegada del tren a mediados del siglo XIX, intentando ser una ciudad atractiva. Y cuando lo conseguimos, y vienen de todas partes a visitarnos, hay quien echa de menos la ciudad provinciana de los años cincuenta”, recalca, para añadir: “Claro que respeto la opinión y sobre todo el sentimiento de añoranza de esa ciudad de escaseces. De los que añoran la Feria de las lonas cerradas y el paseo de caballos y carruajes de las doce de la mañana, al que solo acudían los que se lo podían permitir. Y aquella Madrugá de procesiones con pocas parejas de nazarenos alineados por calle y plazas casi solitarias. De casas patio con cancelas que permitían vislumbrar que otra vida existía más allá de tapias y ventanas con rejas y tapaluces. Todo eso lo hemos vivido. Y pasó. Las ciudades no tienen cabales. Menos mal”.
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Foto: Grupo Joly
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