La ciudad que quiero


2. La rebelión de los árboles

Qué pensaría usted si fuese un árbol y llegase un individuo y le clavetease la piel, le embadurnase de pegamento, le envolviese en celofán o le hiciese un sin fin de perrerías para anunciar que se “ofrece hombre hecho y derecho para cuidar anciana sola”, por ejemplo, ¿qué, le parecería correcto? ¿Le gustaría que estuviesen todo el día toqueteándole como hacen esos individuos incívicos que se pasan el día recorriendo la ciudad, llenándolo todo de mierda? Porque mierda es aquello que está donde no debe y ocupa el espacio que no debería ocupar. Porque la ciudad… La ciudad de ciudadanos, creo yo, exige ciudadanía, responsabilidad compartida, cuidado de las cosas que son nuestras, vigilancia para que, los que se ponen la ciudad por montera, sean reconvenidos a respetar lo que es patrimonio de todos, que a su vez deseamos que se conserve. ¡Y Sevilla, aunque es preciosa, está hecha una mierda!, perdónenme la expresión.

Lo correcto es que los muros sean muros sólo y estén limpios, no escaparates de descerebrados pintorrojeadores; lo correcto es que las persianas metálicas que cierran las tiendas sean eso, persianas solamente, no pasquines ni gritos perdularios, de desamor o reclamos vomitivos; lo correcto es que los árboles sean árboles, como he dicho, con su corteza vista y fresca, no un tablón de anuncios empapelado como ocurre con frecuencia; lo correcto es que las farolas sean farolas, no soportes para mensajes imposibles o reclamos de amor, donde unos se ofrecen para pasear al perro de su señoría… y otros para perfeccionar y elevar el nivel de analfabetismo entre los que ven la televisión. ¡Qué ponga el Ayuntamiento columnas para que el avispado público se esparza y anuncia lo que desee! Qué las ponga, por favor. ¡Que la creatividad popular también debería tener su espacio, ¡cómo no! en calles y plazas!

Pero que no campe el personal por ahí, haciendo lo que le da la gana… Que no se permita (me parece a mí) que cada uno vaya dejando su cagada como prueba de inhumanidad. ¡Qué da asco ir por la calle con tanto empapelamiento y tanta cosa ajena a la armonía y al buen gobierno!

En fin, si las marquesinas de las paradas de autobús estuviesen sólo adornadas con su publicidad limpia y colorista… que para eso pagan las empresas de turno y ayudan, de paso, a que el Ayuntamiento tenga una economía algo más saneada…, digo yo…, sería más agradable cobijarse en ellas a la hora de esperar el autobús.

¡Ay el Ayuntamiento! Con la iglesia hemos topado, amigo Sancho. ¿Pero tenemos acaso Ayuntamiento? ¿Tenemos Autoridad? ¿Tenemos policía municipal que, aparte de romper semáforos, vigile que los pintorrojeadores no embadurnen las fachadas de las tiendas cuando y como les da la gana? ¿Tenemos Autoridad, insisto, Autoridad (siempre con mayúsculas a modo de reivindicación) que haga algo, algo, algo? Porque esto parece la selva; cada uno planta su mojón en donde le parece, cada farola es un reclamo para venderse, cada cabina de teléfono un cenáculo de citas, cada fachada reluciente, cada árbol… un zoco de mensajería.

¿Hasta cuándo tendrá que aguantar esta ciudad maravillosa tanta falta de civismo, autoridad y responsabilidad? ¿Hasta cuando, tanto incompetente, diletante y gobernante incapaz? Pronto habrá elecciones y antes de votar a la casta esa en la que habitan los políticos, que tan ricamente viven en sus hermosos falasterios y palacios de invierno, congregados cada uno en su secta —PP, PSOE, IU, UPyD, etcétera—, deberíamos de preguntarle a los árboles a qué o a quién votamos. ¡Qué tontería! Sí, es una tontería, pero póngase usted frente a un árbol empapelado, pintarrojeado, claveteado y empiece a pensar… A lo mejor cambia su voto. ¡Pruebe a ver!

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2 Comments

  1. ELI
    10 noviembre, 2010
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    Creo que hay muchos ciudadanos que pensemos igual que tú pero que nos sentimos extraños, aislados y marginados; aunque si lo razonamos exclamamos «pero si es cierto que el paisanaje desentona completamente con el paisaaje». A lo mejor esta actitud es fruto de la indolencia impuesta por los hábitos que se perpetúan bajo una falta de responsabilidad institucional. Necesitamos personas que actúen en contra de lo establecido como norma irracional e incívica.

  2. Teresa
    10 noviembre, 2010
    Responder

    Pues desgraciadamente, en el tema de los árboles empapelados, uno de los peores ejemplos es la puerta de la Facultad de Empresariales. Y como los estudiantes y sus correspondientes autoridades académicas entran y sale cada día por allí sin inmutarse, eso dice también mucho de la educación y de la universidad que tenemos. Me he comprado una cuchilla pequeña y cuando puedo me paso y los libero. Sé que estarán limpios unos minutos y que es imposible quitar las miles de grapas clavadas en sus troncos pero al menos los que pasan me miran con extrañeza y yo deseo que se les ocurra pensar que otra Sevilla es posible.

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