La profesora y articulista Kechu Aramburu reflexiona sobre quién está fracasando realmente en nuestra educación


Kechu Aramburu es Profesora de Cambios Sociales y NNRR de Género, experta en Ciencias Sociales, Psicopedagogía y Exclusión Social. Fue concejala en el Ayuntamiento de Sevilla, adscrita a Izquierda Unida y forma parte del Fórum Feminista. Además, es articulista sobre política en El Correo de Andalucía, donde acaba de publicar el interesante artículo que compartimos, escrito con motivo del comienzo del curso escolar:

¿Quién está fracasando?

KECHU ARAMBURU / SEVILLA / 09 SEP 2016 / 22:53 H

El fracaso escolar es un titular de uso para culpabilizar al irredento alumnado, y exculpar a la comunidad. Estamos ante la perplejidad de la ya crónica agonía del modelo educativo del reino de España, instalado en reválidas, apuntes, corta y pega, en transmitir el conocimiento memorístico y estandarizado, disputándose el espacio de los aprendizajes con la sociedad de la información rápida, gratis y a la carta, que ha vendido el gigante del consumo para que atrape a esta generación de adolescentes, sin más expectativas que vivir a tope el presente.

Este sistema anclado en los pupitres en fila o parecido, en las aulas cerradas a cal y canto, en libros de texto de las editoriales con más ideología que Le Pen, en el curriculum de los godos, las tablas de multiplicar, las reglas de ortografía y los afluentes, en el profe que imparte doctrina, normas, premios y castigos, en los multideberes para casa como si no hubiera vida más allá de las tareas escolares, en las repeticiones de curso demostradamente fallidas, en las seis asignaturas diarias compartimentadas y materialmente imposibles de procesar, en el examen para saber si repiten lo que le hemos dicho a nuestros considerados papagayos.

Generándose desmotivación en el alumnado, construyéndose disruptividad en las aulas y entornos, como mecanismos de defensa ante los mayores, que consideran les están machacando con saberes en lata, e instructores decimonónicos empeñados en enseñarles lo que no les interesa, ni les sirve para casi nada en esta inhóspita aldea global.

Menuda insensatez negarse a hacer la transición en la enseñanza, qué frivolidad no dejarnos inculcarles la pasión por aprender, que caro vamos a pagar que nos impidan trabajar emocionándolos, acariciando el éxito escolar, haciendo de facilitadores de valores, esculpiendo ciudadanía forjada en las competencias que impidan la frustración, y la desafección de un pueblo que, cuando crece, acepta que lo conviertan exclusivamente en espectadores de tantísimo espectáculo. Por todo eso, no olviden que cuando la oruga pensó que era su final se transformó en mariposa.

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