Es grave que la comuna de Sevilla, con tan sólo treinta años de vida democrática, sólo anime a votar a la mitad de sus miembros. ¿Tendrá algo que ver con que los electores ignoran hasta el nombre de la mayoría de los concejales elegidos? En los pueblos, donde todo el mundo conoce a los que aparecen en las papeletas, la participación ha sido mayor. En España votamos listas, no personas. O tomas el paquete o lo dejas. Luego las personas elegidas podrían actuar con independencia, pero casi nunca lo hacen, salvo que el botín compense su conversión en «transfugas». Quiero poder elegir «mi concejal», «mi diputada», «mi eurodiputado»… Quiero votarle a él o a ella y no a un autobús lleno de gente. Quiero saber dónde vive, qué le importa, de qué vive y pedirle cuentas luego por lo que haya hecho con SU voto. ¿Es mucho pedir?
Abstención es prima hermana de abstinencia. ¡Qué baja está la líbido democrática!
El divorcio entre el sistema político y los ciudadanos es cada vez más evidente. Pasa algo parecido en Italia. Vamos hacia un terreno propicio para los salvapatrias.
Un primer paso podría venir de hacer elecciones por distritos municipales; se achica el ámbito y es más probable conocer a los miembros de las listas, como en los pueblos.
Vamos hacia una apatía generalizada, hacia un apoliticismo acrítico, fomentado desde todos los ángulos, para que no nos preocupemos por nada que ocurra un poco más allá de nuestro entorno inmediato.