Nos hicieron creer que éramos culpables


Nos hicieron creer que éramos culpables y caí en una profunda depresión. Nosotros éramos los causantes de nuestra desgracia, de que mi mujer agachara la cabeza cuando se cruzaba con la vecina en el despacho de Cáritas de la parroquia, de que nuestros hijos no entendieran por qué los Reyes Magos habían pasado de largo este año. Yo había perdido, me decía mi mujer, la viveza de mi mirada, la alegría de vivir. Las relaciones con amigos se iban deteriorando y también las relaciones familiares no pasaban por su mejor momento. Acumulé tal cantidad de sufrimiento que me veía incapaz de salir del pozo en el que me iba hundiendo día tras día.

Es difícil comunicar la angustia y desesperación que sentí. Soy una persona responsable y honrada, que lucha por ser cada día más persona, por descubrir los valores que nos hacen más dignos. Pero un día llegué a casa desolado, abatido, porque me habían despedido del trabajo.

Al principio creí que la situación era transitoria, que iba a volver a trabajar, aunque no fuera en mi profesión; me daba igual. Pero los días, las semanas y los meses iban pasando y lo único con lo que me encontré fue con una carta del banco recordándome que tenía un vencimiento de la hipoteca impagado. El banco, el que había sido mi banco hasta entonces, no quiso escucharme.

Hablo entonces con la familia más cercana, para ver si ellos pueden ayudar, pero la situación les ha afectado también a ellos.

La angustia se va adueñando de mí. Apenas duermo. El estrés y el desasosiego se instalan en mi vida. Recorto de la comida. Los recibos de luz y agua ya hace dos meses que no podemos pagarlos. Nos quedamos solo con un móvil que recargamos con 5 euros cuando podemos. Pedimos trabajo en lo que sea.

Del pago de la hipoteca, para qué vamos a hablar. Y un día llegó esa horrible notificación: “Mañana tiene que irse de su casa.” El mundo se nos cayó encima para convertirse en una horrible pesadilla. No podíamos creer lo que nos estaba sucediendo.

Encontrarnos en la calle con nuestros dos hijos, de 5 y 7 años, a expensas de la solidaridad de la gente nos hizo sentir que nos habían arrancado de cuajo la dignidad.

Afortunadamente, hay personas solidarias, grupos y asociaciones, como las plataformas contra los desahucios, que te acogen, te devuelven la esperanza y te ayudan a luchar contra semejante injusticia. Son ellas las que nos han devuelto las ganas de seguir viviendo, de seguir luchando. Las que te ayudan a recuperar la dignidad.

 

T.A.P.H. Murcia

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