Para tener el mejor alcalde necesitamos los mejores candidatos


La democracia necesita dos ingredientes: electores y candidatos. De nada sirve que todos votemos con la mejor intención si el mejor alcalde posible no está entre los candidatos. Si entre éstos estuviera el segundo mejor alcalde posible, la cosa no sería grave. ¿Pero qué ocurre si entre los candidatos no está ni siquiera el milésimo mejor alcalde posible? Entonces, gane quien gane, tendremos un mal alcalde.
No parece que nuestro sistema político favorezca que los ciudadanos con mejor capacidad de gestión lleguen a gobernar las instituciones. No suelen sobresalir nuestros políticos por su formación; ¿cuántos, por ejemplo, hablan inglés con fluidez en pleno siglo XXI? Tampoco suelen haber contrastado su valía antes de dedicarse a la política; ¿cuántos han sobresalido profesionalmente con anterioridad?
Los candidatos sí suelen haber demostrado su buen hacer en el arte de navegar las procelosas aguas de la vida de partido. Han logrado ganarse el favor de la cúpula dirigente por su fidelidad sin fisuras; han aprendido a arrimarse a quien asciende en la estructura de poder y a saltar a tiempo del barco que se hunde; han conseguido rodearse de fieles que ven en él una apuesta de futuro. ¿Son éstas las mejores cualidades para dirigir una ciudad?
Por el contrario ¿qué puede hacer un ciudadano con vocación de servicio y buen equipamiento intelectual para presentarse a las elecciones? Tiene vedado el camino a través de un partido: aunque se identifique con su ideario teórico, nunca llegará a candidato si despierta dudas en la cúpula. Si defiende abiertamente sus planteamientos suscitará recelos; si es brillante y tiene criterio propio, el líder de ámbito superior temerá que lo desplace.
Puede intentar la vía de una candidatura independiente siempre que la población sea suficientemente pequeña para poder llegar directamente a los ciudadanos sin grandes medios materiales, pero ello es imposible en una ciudad grande como Sevilla, donde el mero conocimiento público requiere gastos sólo al alcance de los grandes partidos.
¿Dónde funciona bien el acceso de los mejores ciudadanos a la política sin las horcas caudinas del partido? Allí donde hay débiles aparatos de partidos y sólidas tradiciones de participación de la sociedad civil. El sistema político norteamericano le permitió a Obama ser primero candidato a concejal de su barrio en Chicago, luego a senador y finalmente a presidente del país, presentándose a sucesivas elecciones primarias en las que nunca fue el candidato preferido del aparato del Partido Demócrata. Pero el aparato en EE.UU. tiene menos fuerza que la participación ciudadana a través del sistema de primarias, donde cualquier ciudadano registrado como votante demócrata (o republicano en el otro caso) puede intervenir en la elección del candidato.
En el otro partido tenemos el ejemplo actual del movimiento Tea Party. Aunque diametralmente opuesto a mis convicciones en su filosofía política, ha demostrado que la sociedad civil norteamericana –en este caso su ala más conservadora– puede dar un vuelco a la fisonomía de un partido de ámbito federal (el Republicano) cuando considera que sus líderes han perdido representatividad.
¿Tenemos aquí un sistema político que permita ese dinamismo político? ¿Podemos los sevillanos hacer algo para conseguir que nuestros mejores conciudadanos figuren en las papeletas de las próximas elecciones municipales?

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1 Comment

  1. ELI
    22 septiembre, 2010
    Responder

    Sebastián, la idea me parece muy acertada, deberíamos proponer unos puntos que recogiera nuestro candidato cíudadano en su programa electoral.

    Para empezar el debate, propongo los siguientes puntos del programa electoral:

    1. No designar a ningún cargo de confianza en la administración municipal evitando una red clientelar de amigos y enchufados del partido (en muchas ciudades europeas sólo tres o cuatro personas son nombradas por el alcalde electo).
    2. La progresiva desaparición de las fundaciones y observatorios con una total vinculación y dependencia del aparato de los partidos ganadores.

    3. Abrir un debate sobre la necesidad de los medios de comunicación municipales, como la TV local, y sobre la elección de sus cargos directivos y los objetivos de su programación.

    4. Publicación en la red de todos los concursos, contratos y concesiones municipales con acceso libre.

    5. Obligatoriedad de elecciones primarias como la medida más democrática en la selección de los candidatos municipales.

    6. Reducción progresiva del número de empleados públicos y mayor cualificación de los existentes. Esta medida no busca subestimar al empleado público, sino todo lo contrario, pretende formarlo y asegurar la independencia en su labor profesional; para ello se exigirá que la oposición pueda sacar a la luz las quejas de los funcionarios que se vean sometidos a una clara intromisión política en su labor (las causas de la corrupción se deben a una politización de las instituciones públicas y al elevado número empleados públicos que deben su cargo a un nombramiento político).

    7. La creación de Comisiones de Asesoramiento Técnico independientes formados por profesionales de prestigio para los asuntos relacionados con la Cultura, el Patrimonio, la Educación, el Transporte, etc.

    8. El compromiso de introducir criterios de eficiencia y servicio público en empresas municipales evitando situaciones de privilegio de algunos colectivos de trabajadores como: “bolsas cerradas para familiares y amigos, convenios muy ventajosos, inversión pública desmedida, incumplimiento de las ordenanzas, licencias abusivas, etc”. Para ello se vetaría la injerencia de cargos del partido en las negociaciones de las empresas tal como ha ocurrido en la Feria de Abril de este año con las negociaciones de TUSSAM.
    9. Planes estratégicos a largo plazo –que superen los periodos de gobierno municipal- liderados por personas independientes en áreas primordiales como: Educación, Transporte, Seguridad y Patrimonio.

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