15 de febrero de 2007 enero / Sala Chicarreros
Ponentes: Antonio Barrionuevo Ferrer (Arquitecto) y Antonio García García (Profesor de Geografía).
Modera: Antonio Manfredi (Canal Sur)
José Antonio Marina define la ciudad inteligente como aquella «que consigue aumentar el bienestar y las posibilidades vitales de sus ciudadanos. Que anima en vez de deprimir, que posibilita en vez de imposibilitar. Que innova en vez de repetir. Que pone a cada uno en las mejores condiciones para limitar la fuerza del destino».
La ciudad es una combinación de espacios privados y públicos. El orden en el que ambos se combinan es un factor decisivo para el funcionamiento de la ciudad, que condiciona su carácter, más o menos abierto, y sus potencialidades.
El espacio público existe físicamente pero también funcionalmente. El hecho físico es difícilmente mutable, la funcionalidad es versátil, en gran medida en manos de la comunidad y de su administración municipal.
La convivencia ciudadana tiene como escenario principal el espacio público. Principalmente en la vida cotidiana, pero también en muchos tipos de manifestaciones culturales más o menos masivas. La riqueza y diversidad cultural de una ciudad debe tener reflejo en sus calles, plazas y parques.
El espacio público es siempre objeto de privatizaciones materiales y funcionales, más o menos duraderas, y siempre discutibles. Apropiaciones culturalmente equilibradas y socialmente consentidas son legítimas. No siempre son así.
La irrupción del coche supuso y supone aún el mayor de los conflictos habidos en el mantenimiento del difícil equilibrio entre el uso público y el privado de los espacios comunes de la ciudad. Es un conflicto generalizado en todo el mundo, al que se le busca soluciones diversas. Sevilla no es una ciudad avanzada en este aspecto, en el de la busca de soluciones, sino más bien lo contrario.
La apropiación del espacio público para manifestaciones culturales o religiosas resulta legítima, en clave democrática, cuando se hace en un contexto de tolerancia y de equilibrio. No es el caso de Sevilla, donde el peso de la llamada tradición tiene en la calle un protagonismo casi exclusivo y casi excluyente, supuestamente consentido, si no aplaudido, unánimemente. Las instituciones públicas patrocinan tal percepción, tomando como una de sus atribuciones la de potenciar tales manifestaciones en detrimento de otras posibles alternativas.
Los espacios urbanos se hacen con la arquitectura. Son éstos, por tanto, los escenarios donde se representa la tragicomedia que es la vida. De los espacios públicos dos cuestiones parecen de suma importancia: la primera se refiere a la escala de la ciudad y la segunda, a la conciencia de los ciudadanos.
¿Cuales son los factores que determinan la escala? Al menos hay dos esenciales que inciden en la percepción de cualquier objeto arquitectónico: uno su ubicación, el lugar, que nos lleva a considerar la escala territorial, ya sea territorio natural, o urbano. El otro es el factor humano que lo habita y que nos habla de la escala humana.
Cuando empleamos la palabra territorio no solo nos referimos a su geografia, a su topografía, a su morfología, sino también a su clima, a su historia, a la cultura que soporta,… Nos estamos refiriendo al espacio y también al tiempo, que ha dio dejando, cual sedimentos geológicos, la memoria construida de quienes habitaron a lo largo de la Historia este territorio. Y cuando hablamos de escala humana no se trata de un referente fijo, sino de algo que varia con las costumbres, la cultura, las sensaciones,… Con la peculiar situación social y económica y sobre todo anímica de cada persona. Ambas escalas, la territorial y la humana, no son conceptos independientes, sino que están estrechamente vinculados entre sí a través del objeto arquitectónico.
La arquitectura necesariamente se inserta en un lugar y debe adoptar una escala acorde con ese lugar, para así tratar de acomodarse y hacerse su «sitio» pero a su vez construir un sitio habitable, y por ello su escala debe de estar acorde con las funciones que acoge, o lo que es lo mismo debe de ser satisfactoria para quienes la habitan y la viven.
Uno de los principales retos que la arquitectura tiene es conseguir que en cada edificio, en cada espacio público y urbano, en definitiva en la ciudad actual extendida en el territorio, se de respuesta satisfactoria, y al mismo tiempo a la escala territorial y a la escala humana de cada objeto proyectado.
En la ciudad meridional y, por ello, también en Sevilla, la base del espacio habitable ha sido el patio: un recinto a cielo abierto de límites definidos que interpreta en su interior el universo. Espacio que paulatinamente ha dejado de ser un lugar enclaustrado y ha organizado las mejores plazas como salones urbanos, o jardines organizados en estancias florales habitables, con elementos vegetales de la huerta y la presencia de la tierra.
Para proyectar los edificios públicos y privados, la organización de las calles, de las plazas, de las avenidas, de los parques internos o metropolitanos, las redes de transportes públicos,…, reinterpretar los elementos esenciales y positivos de la ciudad de ayer sin olvidar sus escenarios afables y ejemplares por habitables, constituiría la base para el verdadero crecimiento armónico de una actual Sevilla abierta.
Para ello es necesario que «sus ciudadanos sean conscientes de lo que ese status conlleva: ser hombres libres e independientes, solidarios y respetuosos con los demás ciudadanos. Colaborando todos, con ilusión y generosidad, en aras de materializar ese proyecto de creación de un espacio de libertad»…»mediante la acción concertada entre iguales, reforzando así la idea de felicidad pública». Como afirma Ana Ardendt, que toda ciudad debe propiciar.
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