El Asesinato que conmocionó Europa – Doris Moreno


JUAN DÍAZ

El asesinato que conmocionó a Europa

Texto de Doris Moreno

La madrugada del 27 de marzo de 1546, Juan Díaz se levantó como de costumbre para iniciar sus estudios en la casa de Neoburgo, donde temporalmente residía. Tenía sobre la mesa varios libros pendientes de lectura que se habían retrasado, y quería acabar de pulir un pequeño tratado titulado Christianae religionis Summa. El retraso no era importante, y menos teniendo en cuenta la razón última. Unos días antes, Juan había recibido una visita inesperada: su hermano Alfonso, clérigo y abogado en el tribunal de la Rota romana, había viajado desde Italia para verle.
Después de varios años sin noticias suyas, el encuentro fue muy emotivo. Juan aún recordaba el cálido abrazo de su hermano y las largas conversaciones que alrededor del fuego habían mantenido recordando su infancia en Cuenca, sus juegos de niños con su otro hermano, Esteban, sus padres, las noticias sobre los vecinos, como la familia Valdés…
Una conversación llena de nostalgia. ¡Qué lejos quedaba el terruño conquense después de haber viajado por media Europa en los últimos catorce años! Juan había dejado España para instalarse en el colegio Santa María de la Merced en París. En su universidad había realizado sólidos estudios de griego y hebreo. En aquella época, Juan había hecho del estudio de las lenguas el centro de su vida, pero no como fin en si mismo sino como instrumento para alcanzar conocimiento y verdad.
Alfonso fingió interesarse por las ideas reformadas, y propuso a su hermano que abandonase Alemania para dirigirse a Italia. Allí, en Trento, estaban reunidos los padres del Concilio, discutiendo sobre las nuevas ideas, sobre la reforma de la iglesia…Juan debía asistir, presentarse, explicar con su vehemencia y pasión esa nueva interpretación de los textos bíblicos. Los conciliares le escucharían y llegarían al conocimiento de la verdad. Alfonso insistió una y otra vez. Juan acarició la idea.
Alfonso y Juan se despidieron a la espera de una decisión final. En realidad, Alfonso ya la había tomado. En la madrugada del 27 de marzo de 1546, cuando Juan todavía estaba pensando en cómo acometer la tarea diaria, llamaron a la puerta de su casa en Neoburgo. Era el criado de Alfonso con una carta importante. Juan le hizo subir las escaleras para recibirle en su propia habitación. Poco después, Alfonso entró en la casa y se quedó al pie de las escaleras vigilando la entrada. Mientras Juan leía la carta, las expertas manos del criado le asestaron un hachazo mortal en la cabeza.
Los asesinos fueron detenidos en Innsbruck y encarcelados, pero no llegaron a ser juzgados gracias a la intervención directa del emperador Carlos. De nada sirvió que los príncipes protestantes exigieran al emperador y rey de romanos que se castigara a los asesinos. Fue el compañero de Díaz, Claud Senarcleus, que vivía en la misma casa y fue testigo presencial de los ardides de Alfonso, quien realizó el relato de todo lo sucedido. Francisco de Enzinas editó ese texto añadiendo aquel manuscrito que tanto interés tenía Juan por acabar, la Christianae religionis Summa. El texto tuvo un éxito espectacular e inmediato, y se efectuaron traducciones a varias lenguas.
El asesinato causó estupor en media Europa por la pasividad tanto del Emperador como del Papa a la hora de castigar el delito. Inmediatamente creció la sospecha de que la Inquisición Española estaba detrás de lo ocurrido. Pocos meses más tarde, ese mismo año moría en la hoguera de la Inquisición romana el amigo del alma, Diego de Enzinas.
El telón de este drama no puede caer sin hacernos antes eco del rumor que corrió hacia 1555: un tal Alfonso Díaz, clérigo romano, se había suicidado.

COMENTARIOS

JUAN DÍAZ, conquense, hereje del siglo XVI, estudioso de las letras y de las escrituras y calvinista.

DORIS MORENO MARTÍNEZ (Terrasa, 1964) es profesora de Historia en la Universidad Autónoma de Barcelona.

En el siglo XVI existe una íntima unión entre Iglesia y Estado en España. Atacar a aquella era hacer que el estado se tambalease. Establecer o reclamar el derecho al examen personal de la Escritura Sagrada es poner en cuestión la autoridad de la institución eclesiástica y por tanto de la jerarquía. No es por lo tanto de extrañar que hasta mediados del siglo XVI se anatemice frecuentemente como raíz de todos los males, la libre lectura de las Escrituras por los no iniciados. Se defiende la ignorancia del pueblo como un bien positivo para el propio pueblo, y se caracteriza la que debía ser su actitud como la aceptación pasiva de las verdades espirituales dadas.

No Comment

Leave a reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *