La noticia la han publicado todos los medios. Una brutal paliza a un joven en la Plaza de España, a cargo de cuatro menores — 17 años –, dos de los cuales han sido internados en un centro. Lo que no se ha explicado oficialmente es que esos cuatro menores son miembros de distinguidas familias de la ciudad, de rancio abolengo taurino y del mundo del humor, a los que se ha respetado su anonimato por ser menores. Tampoco se está explicando la sigilosa y contundente campaña que están llevando sus familias para acallar el acontecimiento y evitar que se hable más de lo estrictamente necesario y la posición cómplice de distinguidos medios de comunicación, que han cedido a esas presiones. Sólo cabe preguntarse qué hubiera pasado si los autores de la agresión hubieran sido cuatro inmigrantes… las portadas hubieran echado humo y los distinguidos comentaristas de la radio hubieran hecho sesudos análisis sobre una realidad brutal. Lo cierto es que los autores son cuatro jóvenes que lo tienen todo en la vida, desde el punto de vista material, y buscan emociones fuertes para superar su apatía vital, propiciada, tal vez, por una ciudad que se mira demasiado al ombligo y vuelve la cara cuando no le conviene.
El análisis que hace de esta tema Antonio Manfredi me parece muy lúcido. Cierta Sevilla se cree dueña de esta ciudad y algunos de sus cachorros llevan al límite este concepto de propiedad.