3. La ciudad que yo quiero


3. El linchamiento


Ayer conocí a un profesor universitario, escritor, poeta, pintor, editor… Una institución, vamos. Un hombre que llego a esta ciudad renacentista y florentina hace muchos años, allende Despeñaperros, para hacer más cosmopolita y universal a este reino de pregoneros de lo indemostrable y la osadía. Y me contó:

“Que harto de que ver como algunos vecinos ponían a hacer a sus perros en cualquier parte sus necesidades, y habiendo reprendido educadamente a uno de ellos, éste se revolvió y le asestó tal golpe en el cuello, que durante un mes ha estado obligado a acudir al hospital y aún no se ha recuperado. Tras la pertinente denuncia y los consiguientes juicios, cada vez que se producía una sentencia a su favor, el agresor y vecinos celebraban la derrota poniendo a cagar sus perros delante de su puerta.

Mientras tanto la ciudad seguía hermosa y celebrando sus cotidianos paseos de muñecos como si nada ocurriese; ajena a la civilización.

Ah!, y también me contó que por la ubicación de su casa —vive, no crean, en uno de los núcleos neurálgicos de la ciudad— tiene una extensa y variada colección de colores y formas de bragas en su retina debido al incalculable número de sevillanas púberes, adolescentes y jóvenes que cada festivo, viernes y sábado, o día-de-fiebre-noche, se arranan en el entorno de su portal (debido a su ubicación) sin recato ni pudor, ni respeto por el vecindario, y menos por ellas mismas.

Créanme que no es cuento lo que les cuentos. El prócer de la cultura va por ahí haciéndose cruces (¡dada la escasez de las mismas en la ciudad!) y esquivando mierdas de perro mientras se muerde la lengua para no protestar… No sea a cuanto venga la autoridad y le detenga… Que todo llegará; ya lo verán.

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